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Crítica y Arte. Filosofía - Banco de Reservas

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COLECCIóN pENSAMIENtO DOMINICANO | Vo l u m e n IV | CRítICA DE LItERAtURA y ARtE. FILOSOFíA<br />

predomina en ellos, atesoran un caudal <strong>de</strong> resistencia psíquica que imprime a ciertas modalida<strong>de</strong>s<br />

<strong>de</strong> su pensamiento como algo <strong>de</strong> permanente o <strong>de</strong> inmutable. Duarte parece contarse<br />

en ese número. Nada absolutamente <strong>de</strong> lo que <strong>de</strong>slumbra o seduce a la generalidad <strong>de</strong> los<br />

hombres, logró ni por un segundo borrar <strong>de</strong> su espíritu la visión <strong>de</strong> la patria más querida<br />

cuanto más infortunada y más ingrata.<br />

Acababa <strong>de</strong> saborear las voluptuosida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l triunfo cuando el <strong>de</strong>stino se le torna hosco<br />

y sombrío. para él ya no habrá más verda<strong>de</strong>ras alegrías. parecerá en lo a<strong>de</strong>lante como el<br />

juguete <strong>de</strong> implacables hados encarnizados en amargarle la existencia. Su pensamiento y<br />

su sensibilidad no vibrarán ya <strong>de</strong> acuerdo con las placenteras realida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la vida exterior.<br />

Mustio, entristecido, se le antojará el mundo. Lo verá todo al través <strong>de</strong> la melancolía que nubla<br />

su espíritu, <strong>de</strong> la <strong>de</strong>cepción continua, implacable, que lo mantiene insomne mordiéndole<br />

las sienes, atenaceándole el alma. En medio <strong>de</strong> la calma augusta <strong>de</strong> las cosas, en el seno <strong>de</strong><br />

la noche silente, bajo la claridad <strong>de</strong>slumbrante <strong>de</strong>l sol o bajo el encanto <strong>de</strong>l plenilunio, sólo<br />

él no experimentará un momento <strong>de</strong> sosiego, imposibilitado por la obsesión que tiraniza su<br />

espíritu <strong>de</strong> compenetrarse con la serenidad divina que lo circunda. El mar, el bosque, el valle,<br />

el río, la ciudad, todo lo que bulle, todo lo que fulgura, resbalará sobre su alma dolorida sin<br />

po<strong>de</strong>r <strong>de</strong>positar en ella el almo goce que se <strong>de</strong>spren<strong>de</strong> <strong>de</strong> una completa compenetración <strong>de</strong><br />

nuestro espíritu con ciertas hermosas formas <strong>de</strong> la vida exterior. En él únicamente vivirá su<br />

pensamiento, dilatándose, <strong>de</strong>rramando sobre la realidad circunstante efluvios <strong>de</strong>l incurable<br />

<strong>de</strong>sencanto que sin rival se enseñorea <strong>de</strong> su espíritu y que le será fiel hasta la muerte. Es<br />

cierto que casi siempre sentimos la influencia <strong>de</strong> aspectos muy acentuados y constantes <strong>de</strong><br />

la realidad objetiva; pero cuando, en cierto modo, po<strong>de</strong>mos resistir esa influencia, cuando<br />

bajo el dominio torturante <strong>de</strong> una i<strong>de</strong>a llegamos a adquirir una visión unilateral <strong>de</strong> la vida,<br />

esa visión, resumiendo todo nuestro pensamiento, sintetizando toda nuestra potencia visual,<br />

hace muchísimas veces que veamos las cosas no como son realmente, no como están positivamente<br />

estructuradas, sino como las <strong>de</strong>termina y colorea nuestro mundo introspectivo. En eso<br />

quizás, en esa manera peculiarísima que poseen algunos <strong>de</strong> ver y asimilarse las cosas, radica<br />

probablemente lo que caracteriza la austera gran<strong>de</strong>za <strong>de</strong> algunos <strong>de</strong> ellos como Duarte; su<br />

<strong>de</strong>sprecio continuo <strong>de</strong> lo que juzgan accesorio o superfluo aunque para muchos sea lo mejor<br />

<strong>de</strong> la existencia, para encerrados en el reducto <strong>de</strong> una i<strong>de</strong>a luchar sin <strong>de</strong>scanso por ella aun<br />

a riesgo <strong>de</strong> ser consi<strong>de</strong>rados por la mayoría como visionarios o como locos…<br />

Duarte se ausentaba <strong>de</strong> momento <strong>de</strong> Santiago… ¿Cuándo y cómo volvería?… se preguntaba<br />

afanoso Fonso Ortiz… Cuando como un gladiador rendido por el pertinaz esfuerzo<br />

reposase en la lobreguez infinita <strong>de</strong> la muerte… Ya sólo volverían a la tierra dominicana<br />

sus yertos <strong>de</strong>spojos… Otra vez surcará las azules ondas <strong>de</strong>l Caribe, pero ya será encerrado<br />

en una urna, sobre las crugientes tablas <strong>de</strong> un barco, arrullado por el viento y por la<br />

quejumbrosa sinfonía <strong>de</strong>l oleaje… y otra vez, como hacía cuarenta años, cuando envuelto<br />

en un resplandor <strong>de</strong> apoteosis pisaba el suelo <strong>de</strong> su ciudad natal orgullosa <strong>de</strong> ovacionarle<br />

como al más gran<strong>de</strong> <strong>de</strong> sus hijos, otra vez la muchedumbre saldrá a recibirlo, pero ya no<br />

será a él, vivo, con la arrogancia <strong>de</strong> sus treintiún años, sino a sus restos gloriosos que cubre<br />

amorosamente el pabellón nacional para llevarlos presa <strong>de</strong> sublime emoción, en procesión<br />

solemne, a la histórica Catedral, a la capilla <strong>de</strong> los Próceres, para que en ella, por fin, pueda<br />

para siempre dormir en la tierra <strong>de</strong> su amor, ungido por el cariño <strong>de</strong> su pueblo, libre ya <strong>de</strong><br />

las mezquinda<strong>de</strong>s e infamias que le hicieran cruzar por la vida con una corona <strong>de</strong> espinas<br />

en la frente y con una pesada cruz <strong>de</strong> dolores sobre sus hombros.<br />

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