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Crítica y Arte. Filosofía - Banco de Reservas

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INtRODUCCIóN A LA SEgUNDA SECCIóN | Je s ú s D e la ro s a<br />

En esa ocasión, acerca <strong>de</strong> las escuelas normales hostosianas, Joaquín balaguer sostuvo<br />

que:<br />

“Las escuelas normales creadas en 1880 y 1881 por Eugenio María <strong>de</strong> Hostos, a pesar <strong>de</strong>l prestigio<br />

que dieron aquellos centros, por una parte, la po<strong>de</strong>rosa personalidad <strong>de</strong> su fundador, y, por otra<br />

parte, la resonancia que tuvieron en el pobrísimo ambiente intelectual <strong>de</strong> la época, no <strong>de</strong>sempeñaron<br />

en realidad ningún papel como institutos <strong>de</strong>stinados a la formación <strong>de</strong>l personal docente para las<br />

escuelas nacionales”.<br />

Refiriéndose a los egresados <strong>de</strong> las escuelas normales que fundó aquí el insigne maestro<br />

puertorriqueño, Joaquín balaguer comentó:<br />

“Entre los que se graduaron en 1884 <strong>de</strong> maestros normales en el centro abierto en la capital <strong>de</strong> la<br />

República por el eminente pensador antillano, sólo el profesor Félix Evaristo Mejía se <strong>de</strong>dicó al ejercicio<br />

permanente <strong>de</strong>l magisterio y consagró su vida <strong>de</strong> ciudadano ejemplar a la enseñanza. Los <strong>de</strong>más<br />

emplearon en otras activida<strong>de</strong>s sus conocimientos y mientras unos, como Francisco José Peynado y<br />

Arturo Grullón, <strong>de</strong>scollaron en el campo <strong>de</strong> las profesiones liberales, otros como José María Alejandro<br />

Pichardo y Lucas Gibbes, sólo ejercieron momentáneamente la docencia y ninguna acción digna <strong>de</strong><br />

tenerse en cuenta realizaron a favor <strong>de</strong> la escuela dominicana”.<br />

Como gestora <strong>de</strong>l Instituto <strong>de</strong> Señoritas, Joaquín balaguer colocó Salomé Ureña en un<br />

sitial más alto que el <strong>de</strong> hostos:<br />

“Mayor Fortuna que la Escuela Normal dirigida por Hostos, tuvo el Instituto <strong>de</strong> Señoritas,<br />

fundado en 1881 por Salomé Ureña, puesto que <strong>de</strong> este plantel surgió un grupo <strong>de</strong> maestras notables<br />

que consagraron su vida entera a la docencia. La influencia ejercida, en la formación <strong>de</strong>l magisterio<br />

nacional por las maestras graduadas en 1887 y en 1888, especialmente por Luisa Ozema Pellerano<br />

y por Merce<strong>de</strong>s Laura Aguiar, ha sido incomparablemente más gran<strong>de</strong> que la <strong>de</strong>l reducido grupo <strong>de</strong><br />

discípulos que se formaron al calor <strong>de</strong> las lecciones <strong>de</strong>l sabio puertorriqueño”.<br />

En su prólogo al libro La Compañía <strong>de</strong> Jesús en Santo Domingo, <strong>de</strong>l sacerdote jesuita<br />

Antonio Valle <strong>de</strong>l Llano, publicado en Ciudad trujillo en 1950, Manuel Arturo peña batlle,<br />

refiriéndose a Hostos y a la influencia <strong>de</strong> éste en la cultura dominicana, expresa lo<br />

siguiente:<br />

“Tengo para mí que el señor Hostos nos hizo, sin quererlo, mucho mal. Su escuela y su pensamiento<br />

no fueron expresiones aisladas en la América Hispánica. Junto a él brillaron otros pensadores<br />

en el Continente acuñados en el mismo mol<strong>de</strong> racionalista y materialista en que se vació el<br />

pensamiento hostosiano, pero ningún medio social más incauto que el dominicano para confrontar<br />

la doctrina <strong>de</strong>l Maestro, <strong>de</strong>l Maestro por antonomasia. En 1880 estaba en crisis extrema <strong>de</strong> valores<br />

la experiencia social dominicana. Y no podría ser <strong>de</strong> otro modo. Des<strong>de</strong> 1801 estuvimos sujetos a la<br />

influencia haitiana que llegó a su clímax durante los veintidós años <strong>de</strong> Boyer. El injerto <strong>de</strong> aquella<br />

cultura –en el sentido social <strong>de</strong> manera <strong>de</strong> vivir, que es el auténtico significado <strong>de</strong> una cultura–<br />

en el tronco español <strong>de</strong> la nuestra, tuvo que producir resultados mucho más profundos <strong>de</strong> lo que<br />

generalmente se cree. No es posible que un pueblo permanezca por veintidós años expuesto a la<br />

influencia <strong>de</strong> una cultura extraña a la suya –por vía <strong>de</strong> gobierno– sin recibir <strong>de</strong> alguna manera el<br />

plasma <strong>de</strong> la cultura gobernante. En 1822 los haitianos no vivían como los dominicanos en ningún<br />

aspecto <strong>de</strong> la sociabilidad; ni en el económico, ni en el político, ni en el civil, ni en el religioso, ni<br />

en el histórico, ni en el <strong>de</strong> los sentimientos, ni en el <strong>de</strong>l lenguaje, ni en ningún otro por más sutil<br />

que fuese. El forzado acoplamiento <strong>de</strong> aquellos dos modos <strong>de</strong> vivir tan distintos <strong>de</strong>bió producir<br />

un sentido nuevo <strong>de</strong> lo social en el Santo Domingo español, cuyos exactos alcances nos interesa a<br />

nosotros los dominicanos <strong>de</strong>terminar cuanto antes”.<br />

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