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Crítica y Arte. Filosofía - Banco de Reservas

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COLECCIóN pENSAMIENtO DOMINICANO | Vo l u m e n IV | CRítICA DE LItERAtURA y ARtE. FILOSOFíA<br />

Maruca esperando con tanta ansiedad su remedio. Esta vez sí que tenía fe en que curaría<br />

completamente. tenía hecha la promesa, si recobraba la salud, <strong>de</strong> ir a pie al Santo Cerro y<br />

subir la penosa cuesta <strong>de</strong> rodillas como hacían algunos romeros dando muestras <strong>de</strong> una<br />

<strong>de</strong>voción que para muchos pasaba <strong>de</strong> raya…<br />

Esta vez si no se equivocaba el viejo Juan. La voz que resonaba a lo lejos era la <strong>de</strong> perico.<br />

Entre un millón la reconocería. ¡Al fin! Efectivamente, por la estrecha faja arcillosa <strong>de</strong><br />

la vereda que cortaba el césped como una línea ondulosa que <strong>de</strong>saparecía en un monte<br />

cercano, avanzaba perico espoleando el caballo y dando muestras <strong>de</strong> una agitación que era<br />

en él cosa insólita. En sus ojos se pintaba el asombro. Toda su fisonomía revelaba profundo<br />

estupor… ¿Qué le ocurría? El comandante, inquieto, casi sin po<strong>de</strong>r articular palabra, fijaba<br />

en él intensamente la mirada <strong>de</strong> sus ojos enfermos, una mirada en que palpitaban muchas<br />

interrogaciones… perico se repuso pronto, miró <strong>de</strong> frente al viejo y con voz en que vibraba<br />

algo <strong>de</strong> una emoción en él extraña, pronunció estas palabras como quien hace un disparo:<br />

¡ya hay otra ban<strong>de</strong>ra!<br />

El comandante se quedó turulato sin compren<strong>de</strong>r ni pizca <strong>de</strong> lo que acababa <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir<br />

perico, quien había ya entregado su remedio a Maruca… ¡qué jerigonza era esa! ¡Como si<br />

le hablaran en chino! Seguramente su hijo había empinado el codo más <strong>de</strong> la cuenta. ¡Los<br />

tragos, los malditos tragos! Sin duda se había o le habían ajumado en el pueblo. perico le<br />

negaba tenazmente afirmando que sólo había tomado la mañana.<br />

y repetía con insistencia:<br />

—¡ya hay otra ban<strong>de</strong>ra!<br />

y ya bien repuesto, completamente dueño <strong>de</strong> sí, repitiéndose a menudo, en frase cortada,<br />

pintoresca, interrumpida a trechos por exclamaciones muy expresivas, comenzó a narrar<br />

lo que había visto y oído en Santiago… Al entrar no notó nada, pero ya cerca <strong>de</strong> la esquina<br />

en que estaba la botica a que se dirigía comenzó a ver grupitos <strong>de</strong> gente que hablaban en<br />

voz baja como comentando un suceso <strong>de</strong> alguna importancia. ¿Se había cometido algún crimen?…<br />

¿qué pasaba? Una mujer <strong>de</strong>l pueblo, con una batea <strong>de</strong> frutas en la cabeza, al cruzar<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> perico le dijo a una congénere suya que estaba <strong>de</strong> pie en la puerta <strong>de</strong> una casa<br />

como esperando algo, estas palabras que él oyó claramente: ya diz que semos <strong>de</strong> España…<br />

El viejo Juan, con los ojos muy abiertos, como si <strong>de</strong> repente se hubieran curado, los clavaba<br />

como dos puñales en el narrador, quien proseguía relatando su rara odisea sin omitir el más<br />

leve <strong>de</strong>talle. por la mente <strong>de</strong>l viejo pasaba esta i<strong>de</strong>a: ¡Si se habrá vuelto loco!…<br />

Después <strong>de</strong> comprar la medicina se fue <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> unos cuantos que iban a oír no sé qué<br />

cosa en la plaza principal. Allí, frente a la Cárcel vieja, un hombre leía lentamente un papel con<br />

voz clara y resonante. hervía la gente en la plaza… A la distancia en que se encontraba sólo<br />

pudo recoger palabras que carecían para él <strong>de</strong> verda<strong>de</strong>ro sentido: Santana, reincorporación,<br />

Madre patria, Isabel Segunda… Casi pegado a él un hombre bien trajeado que conversaba con<br />

otro que tenía al lado soltó esta frase: Al fin se salió Santana con la suya… Perico continuaba<br />

observando sin enten<strong>de</strong>r ni miaja <strong>de</strong> aquel intríngulis… Al fin, queriendo adquirir noticias<br />

positivas que traer al viejo, pues le habían asegurado que en el fuerte <strong>de</strong> San Luis habían<br />

quitado la ban<strong>de</strong>ra dominicana para poner otra, se fue por la calle <strong>de</strong>l Sol hasta cerca <strong>de</strong> la<br />

Altagracia y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> un punto en que se veía el fuerte adquirió la dolorosa seguridad <strong>de</strong> lo<br />

que contaba la gente. En lugar <strong>de</strong> la ban<strong>de</strong>ra dominicana habían puesto otra exactamente<br />

igual a una que había visto en meses pasados en la tienda <strong>de</strong> unos catalanes…<br />

Mentira, mentira, berreaba el viejo…<br />

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