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Crítica y Arte. Filosofía - Banco de Reservas

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F. gARCíA gODOy | ANtOLOgíA<br />

íntimo que les daba como formas <strong>de</strong> plegarias o <strong>de</strong> himnos a alguna <strong>de</strong>idad <strong>de</strong>sconocida…<br />

Seis sillas serranas, cuatro mecedoras y una mesita <strong>de</strong> pino cubierta con reluciente hule negro<br />

componían el más que mo<strong>de</strong>sto mobiliario <strong>de</strong> la salita <strong>de</strong>l bohío. De uno <strong>de</strong> los setos, el más<br />

bañado por la luz, colgaba <strong>de</strong> un grueso clavo un cuadro o cosa que tenía pretensiones <strong>de</strong><br />

tal. Examinado a corta distancia podían leerse en su bor<strong>de</strong> inferior estas palabras: batalla<br />

<strong>de</strong> Beler… La pintura, ordinarísima, obra <strong>de</strong> un pobre diablo <strong>de</strong> aficionado poco ducho en<br />

achaques pictóricos, carecía, casi por completo, <strong>de</strong> esa facultad <strong>de</strong> acertada y bella expresión<br />

que constituye la piedra <strong>de</strong> toque <strong>de</strong>l genuino artista. El cuadro no atraía ni por la corrección<br />

<strong>de</strong>l dibujo ni por la bien equilibrada sobriedad <strong>de</strong>l colorido. Ni un solo toque <strong>de</strong> efecto, ni<br />

una pincelada <strong>de</strong> mediano valor pictural. Las figuras representadas carecen <strong>de</strong> verdad, <strong>de</strong><br />

animación, <strong>de</strong> vida. Delante, jinete en un soberbio caballo blanco, se <strong>de</strong>staca el caudillo vencedor<br />

en aquella jornada, el bizarro general Salcedo. A su lado, con los carrillos inflados, toca<br />

una corneta. todo el campo aparece como cubierto por espeso humo… Apenas se alcanza a<br />

divisar una especie <strong>de</strong> fortín <strong>de</strong> que acaban <strong>de</strong> apo<strong>de</strong>rarse nuestras tropas como se ve por el<br />

pabellón cruzado que flamea en su parte más elevada. Esa ban<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> colores muy encendidos,<br />

símbolo glorioso e inmortal <strong>de</strong> la patria, es lo que mejor se <strong>de</strong>staca en aquel abigarrado<br />

conjunto <strong>de</strong> líneas y <strong>de</strong> colores. En la imaginación <strong>de</strong>l viejo Juan la ban<strong>de</strong>ra no era sólo un<br />

símbolo, un objeto representativo, sino como la patria misma, viva y palpitante, su forma más<br />

plástica y visible pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cirse. ¡La había contemplado tantas veces, tremolando orgullosa,<br />

arrullada por el silbido <strong>de</strong> las balas y por vibrantes y prolongadas aclamaciones triunfales!<br />

Se pasaba las horas frente al cuadro <strong>de</strong>leitado en la silenciosa contemplación <strong>de</strong> los vivos<br />

y alegres colores <strong>de</strong> esa ban<strong>de</strong>ra que para él compendiaba todo un poema <strong>de</strong> abnegación y<br />

<strong>de</strong> noble amor al terruño… Entre él y la ban<strong>de</strong>ra existían no sé qué conexiones espirituales,<br />

cierto vínculo misterioso e íntimo, que agrupaba como en apretado haz las fibras más puras<br />

y nobles <strong>de</strong> su intensa sensibilidad. todos los días, al rayar el alba, oía <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su lecho con<br />

recóndita fruición, los lejanos toques <strong>de</strong> corneta que anunciaban que en el fuerte <strong>de</strong> San Luis<br />

iba a izarse su ban<strong>de</strong>ra, la ban<strong>de</strong>ra gloriosa <strong>de</strong> Febrero…<br />

III<br />

perico acababa <strong>de</strong> cumplir veintiún años y Maruca diecisiete. Antes <strong>de</strong> la mudada a la<br />

Otra-banda había perico frecuentado una escuela <strong>de</strong> primeras letras que sostenía y dirigía<br />

el cura <strong>de</strong> la parroquia don<strong>de</strong> aprendió a leer y escribir no <strong>de</strong>l todo mal, las cuatro reglas y<br />

un mundo <strong>de</strong> oraciones que el buen sacerdote se había esforzado en enseñarle. Se sabía al<br />

<strong>de</strong>dillo todo el catecismo. Maruca, salvo cosas <strong>de</strong> rezo, no sabía nada. Era una ignorantuela <strong>de</strong><br />

tomo y lomo. Caída su madre en la tumba a raíz <strong>de</strong> una operación quirúrgica indispensable<br />

para que ella pudiera venir al mundo, creció la niña en<strong>de</strong>ble, flacucha, algo raquítica, con<br />

una salud muy <strong>de</strong>licada, pálida flor <strong>de</strong> cementerio, como quien espera recibir <strong>de</strong> momento<br />

el ósculo amoroso <strong>de</strong> la muerte… Formaba curioso y resaltante contraste con perico, su<br />

hermano, mocetón fornido que podía levantar un quintal sin mayor esfuerzo, que, con sus<br />

músculos <strong>de</strong> acero y su <strong>de</strong>streza abatía al toro más bravío y domeñaba el potro más cerril,<br />

resultando, en lo físico, hombre que no reconocía por todos esos contornos rival capaz <strong>de</strong><br />

echarle la zancadilla… La vida <strong>de</strong> Maruca era una queja continua. Unas veces la cabeza, otras<br />

el pecho, otras el estómago, siempre tenía algo que le doliese o la hiciese víctima <strong>de</strong> un nuevo<br />

sufrimiento. El doctor André, que tenía en mucha estima al comandante Juan, recetaba con<br />

frecuencia a la muchacha, aunque disimulaba poco sus temores sobre la enfermedad que<br />

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