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MAx hENRíqUEz UREñA | pANORAMA hIStóRICO DE LA LItERAtURA DOMINICANA - tOMO II
logrado darle nuevo atractivo y que simultáneamente se ha dedicado con ahínco al teatro,
tanto como a la novela y el cuento.
Algunos nombres conviene destacar. En materia de ficción narrativa: Ramón Lacay
polanco (n. 1924): La mujer de agua, (1949); En su niebla; Punto Sur, (1958); José Rijo (n. 1915);
Freddy prestol Castillo (1913); Mario Martínez (1915); hilma Contreras (1913). Obras: Cuatro
cuentos, 1953; Doña Endrina de Calatayud, (1955); Alfredo Fernández Simó: (n. 1915), Guazábara,
Lima, 1958; a Virgilio Díaz Ordóñez, además de su fecunda labor en verso, la novela
Archipiélago; Ángel Rafael Lamarche Los cuentos que New York no sabe (1958); Carlos Federico
pérez; (1900-1965): Juan, mientras la ciudad crecía, novela, 1969.
Entre los jóvenes de la última promoción se destaca como ensayista y crítico Federico
henríquez gratereaux, cuyos trabajos de crítica interpretativa, que trata de escudriñar en
lo hondo del pensamiento del autor enjuiciado, son verdaderamente notables y representan
entre nosotros una renovación de los procedimientos y del alcance del análisis crítico.
henríquez gratereaux cultiva también el artículo de periódico, sobre todo en lo que atañe
a cuestiones socio-económicas.
Larga sería la lista que pretendiera incluir los nombres de todos los que hoy en Santo
Domingo cultivan la poesía.
No son pocos sin embargo, los nombres que hay que registrar, en atención a la obra
realizada y a la promesa que ésta representa para el porvenir.
No faltan entre esos nombres algunos que representan la poesía femenina y que ya han
sido citados en el curso de esta reseña, como los de Aída Cartagena portalatín (n. 1918) que
ha tomado parte en no pocas iniciativas de orden cultural y ha dado a la estampa: Víspera
del sueño, Mi mundo el mar, Una mujer está sola; Melba Marrero de Munné (1911); María Ibarra
de Victoria (n. 1922): Alma en penumbra, Ondas de emoción.
Entre los autores que completan el cuadro actual de la poesía dominicana deben tenerse
en cuenta algunos otros.
Forzoso es recordar entre los que florecieron con la tercera década del siglo a tres poetas
fallecidos: gladio hidalgo (1912-1937), Francisco Domínguez Charro (1918-1943) y héctor
J. Díaz (1910-1950). El primero no pasó de ser una promesa; contenida en un solo libro: Los
nocturnos del acaso; el segundo reveló una honda y aguzada personalidad, según puede
apreciarse en sus tres libros: Tierra y ámbar, América en genitura épica y Romance del espigal;
y el último, supo captar el sentimiento popular con sus canciones sencillas, no importa si
vulgares en ocasiones.
De la vieja guardia de La Cueva, hay algunos que tienen la vocación del silencio, como Manuel
Llanes (n. 1899), que rara vez escribe ya, si bien lo hace siempre con su habitual distinción.
Otra generación de poetas se ha adueñado del campo, y así ha nacido desde febrero de
1964 la revista Testimonio, cuya dirección comparten hoy Lupo hernández Rueda (n. 1930),
autor de Como naciendo aún; Santo Domingo vertical, Muerte y memoria, Crónica del Sur; Luis
Alfredo torres (n. 1935) a quien se deben Linterna sorda, 31 racimos de sangre, Los días irreverentes;
Alberto peña Lebrón (n. 1930) que ha dado a la estampa Órbita inviolable; y Ramón
Cifré Navarro (n. 1926), cuyo primer libro, editado en 1965, lleva por título De manos con
las piedras.
Una nueva generación llega ya con su carga de novedades; pero ahí están todavía presentes
las dos generaciones anteriores, ya que afortunadamente puede decirse la mayoría
de nuestros poetas se coloca bajo la advocación de la longevidad. Muchos que vieron la
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