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Crítica y Arte. Filosofía - Banco de Reservas

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EUgENIO MARíA DE hOStOS | pÁgINAS DOMINICANAS<br />

Medio arrepentido <strong>de</strong> haber comparado aquella hermosísima tierra a la <strong>de</strong> Castilla (por lo<br />

cual había llamado Española a la isla), dice en el diario <strong>de</strong>l 13 <strong>de</strong> diciembre: “Dijeron también<br />

(los enviados por Colón a tierra) que ninguna comparación tienen las <strong>de</strong> Castilla, las mejores,<br />

en hermosura y en bondad, y el Almirante así lo veía por las que ha visto y por las que tenía<br />

presentes, y <strong>de</strong>cíanle que las que veía ninguna comparación tenían con aquellas <strong>de</strong> aquel valle, ni<br />

la campiña <strong>de</strong> Córdoba llegaba a aquella con tanta diferencia como tiene el día <strong>de</strong> la noche”.<br />

En la mañana <strong>de</strong>l 15, buscando y encontrando por mar el acceso <strong>de</strong>l valle que tanto lo<br />

había pon<strong>de</strong>rado, llega a él y exclama que “otra cosa más hermosa no había visto por medio<br />

<strong>de</strong>l cual valle viene el río”.<br />

Al día siguiente, ya no se contenta con alabanzas comparativas, sino con esta expresión<br />

absoluta <strong>de</strong> la maravilla: “tierra es la mejor que lengua pueda <strong>de</strong>cir”.<br />

En ese mismo diario <strong>de</strong>l 16 <strong>de</strong> diciembre, queriendo el buen Las Casas, que también amó<br />

con entusiasmo aquella isla, alabarla con las mismas palabras <strong>de</strong> Colón, no se satisface con<br />

extractos, y copia <strong>de</strong>l diario-carta lo que Colón <strong>de</strong>cía a los reyes <strong>de</strong> Castilla y Aragón: “Crean<br />

vuestras altezas que estas tierras son en tanta cantidad buenas y fértiles, y en especial esta <strong>de</strong><br />

la Isla Española, que no hay persona que lo sepa <strong>de</strong>cir, y nadie lo pue<strong>de</strong> creer si no viese”.<br />

Cuando llega a la bahía <strong>de</strong> Acul, cree necesario excusarse <strong>de</strong> su admiración siempre<br />

creciente, diciendo “que ha loado tanto los pasados que no sabe como lo encarecer, y que<br />

teme que sea juzgado por manificador excesivo más <strong>de</strong> lo que es la verdad”, y pone por<br />

testigos <strong>de</strong> la verdad <strong>de</strong> sus aseveraciones a los marineros antiguos que consigo lleva, “y<br />

éstos dicen y dirán lo mismo, y todos cuantos andan en la mar; conviene a saber, todas las<br />

alabanzas que ha dicho <strong>de</strong> los puertos pasados ser verdad, y ser éste muy mejor que todo,<br />

ser así mismo verdad”.<br />

Después, en su segundo viaje, cuando penetrando <strong>de</strong> la costa en el interior, y en dirección<br />

inversa, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el este al oeste, empezó a conocer la selva virgen, y sin saberlo, fue<br />

acercándose por las fragosida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la cordillera <strong>de</strong>l Cibao a aquel viaje longitudinal <strong>de</strong><br />

la Isla, que es probablemente el más hermoso remedo <strong>de</strong>l Continente que la naturaleza ha<br />

hecho en “tierra ro<strong>de</strong>ada <strong>de</strong> agua por todas partes”, o la más bella prueba apológica <strong>de</strong> que<br />

las Antillas son un continente sumergido o un pedazo arrancado <strong>de</strong> la tierra continental,<br />

quedó mudo <strong>de</strong> admiración ante lo que al recobrar la palabra, llamó con mal nombre Vega<br />

Real, olvidando que la naturaleza se apoca, disminuye y <strong>de</strong>svirtúa cuando la hacen servir<br />

para perpetuar superiorida<strong>de</strong>s ficticias.<br />

Aunque el objeto <strong>de</strong> su expedición al interior <strong>de</strong> haití no era su admiración al admirable<br />

suelo que aún espera moradores capaces <strong>de</strong> consagrarlo a la faena <strong>de</strong> la civilización, al<br />

llegar al llamado Santo Cerro, mirador sin igual <strong>de</strong>s<strong>de</strong> don<strong>de</strong> se abarca <strong>de</strong> una ojeada todo<br />

el valle central <strong>de</strong> la Isla, prorrumpió en exclamaciones <strong>de</strong> alegría que los ecos <strong>de</strong> la historia<br />

han ido transformando en maldiciones, porque <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquella hora, feliz para Colón, infeliz<br />

para quisqueya, quedó <strong>de</strong>cretada la muerte <strong>de</strong> la inocente familia que pobló la Isla.<br />

No fue Colón quien <strong>de</strong>cretó esa muerte: él, cuanto amó a la tierra, tanto amó a sus moradores.<br />

En el momento mismo en que empieza a conocerlos, empieza a alabarlos.<br />

Si la tierra le parece la más “llena <strong>de</strong> hermosura y bondad que lengua pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cir”, el<br />

habitante le pareció “la mejor gente <strong>de</strong>l mundo y más mansa”.<br />

Al ponerse en comunicación con el primer hombre notable <strong>de</strong> la tierra que se le acercó, la<br />

natural distinción <strong>de</strong> su persona le hizo creer que era rey, y dice: “Este rey y todos los otros<br />

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