Crítica y Arte. Filosofía - Banco de Reservas

COLECCIóN pENSAMIENtO DOMINICANO | Vo l u m e n IV | CRítICA DE LItERAtURA y ARtE. FILOSOFíA
Félix María del Monte, autor de ese primer himno, debe ser considerado como el padre
de la literatura de la República independiente. podría haberle disputado el puesto Javier
Angulo y guridi (1816-1884), que aunque desde niño residía en Cuba, nunca olvidó su
tierra natal, cuyo recuerdo le inspiró no pocas poesías escritas de 1839 a 1843, que rebosan
de sentimiento patrio: A mi patria, El Homenaje, Al río Isabela, Al Ozama, Al río Yuma, La gruta
de Santa Ana, Ilusiones, Esperanza, incluidas todas en su libro Ensayos poéticos, publicado en
Cuba en 1843; pero aunque ese fue el primer libro de versos publicado por un dominicano
(al menos de manera exclusiva, sin mezcla de prosa), Angulo guridi no se incorporó a su
patria hasta 1853, y su ascendiente literario fue posterior al de Del Monte entre sus compatriotas.
Del Monte es la figura más brillante de su generación: jurista distinguido, orador de
expresión fácil y castiza, periodista, profesor, hombre de Estado que arrostró con decisión
graves responsabilidades en la vida pública y, ante todo, poeta. De él arrancan las principales
manifestaciones de la poesía dominicana en el siglo xIx: el poema breve basado en sucesos
y tradiciones locales, el teatro poético, la poesía descriptiva, que se inspira en el criollismo
y anhela captar el color local, la poesía erótica y sentimental y, en fin, la poesía patriótica
que se desdobla en poesía política.
Fulmina su anatema contra la ocupación haitiana en un poema que consagra a Las vírgenes
de Galindo, –doncellas inmoladas por la lujuria vesánica de unos monstruos que según la
voz popular se contaban entre los soldados haitianos, pero también es acerbo e implacable
contra el régimen liberticida del presidente Santana. Sus estrofas contra Santana corren
parejas con las de José Mármol contra Rosas y, al igual que las del poeta argentino, pierden
elegancia en la crudeza del ataque.
En la más popular de sus poesías políticas, El arpa del proscrito, escrita en la isla de Saint
thomas en 1855, Del Monte proclama que el poeta tiene el deber sagrado de reprimir el
crimen triunfante:
¡El crimen, sí! De quien el sacro vate
es antípoda eterno aunque su huella
descubra en pos de refulgente estrella
o al través de la púrpura imperial.
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que el poeta que el vicio estigmatiza
o arranca al monstruo la usurpada gloria,
es un genio, es un Dios que de la historia
la profanada dignidad vengó.
“Santana es ese monstruo” exclama, y se complace en repetir ese dicterio altisonante al
recordar que Santana inauguró el cadalso “en medio a un pueblo cándido de hermanos”.
Mayor elevación alcanzó en el soneto A mi patria, escrito después que Santana consumó
la anexión a España:
¡Allí está la polonia americana
al poste del oprobio conducida;
allí está la odalisca prostituida,
Señora ayer y sierva a la mañana!
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