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EMILIO RODRígUEz DEMORIzI | MúSICA y bAILE EN SANtO DOMINgO
a fin que el movimiento remedase
del hombre casi inerte…
¡Esa es la horrible danza de la muerte!
pero ha sido el apasionante voudou la danza afro-haitiana contra cuya propagación ha
debido lucharse más, precisamente por el bajo escenario en que se desarrollaron siempre sus
misteriosos ritos. Sus orígenes son bien oscuros: en su bello opúsculo La danse, impreso en
Parma en 1803, Moreau de Saint Mery se refiere a los bailes de Santo Domingo y de Haití,
entre otros la chica, el fandango, el candióte, y dice que El don Pedro o Danza de don Pedro, conocido
en haití desde 1768, es el origen del voudou, y que don pedro era un negro español
nacido en petit-goave.
Lo cierto es que los dominicanos repudiaron siempre el voudou, tanto por sus ritos salvajes
como por su procedencia haitiana. No lo toleraban las leyes de policía, ni los poetas
dejaban de lanzar contra él diatribas y denuestos. En unos Cantos dominicanos, de 1875, decía
el poeta Félix María Del Monte, prócer de los tiempos de Duarte:
¿quién tiene lazo de unión
con esos diablos sañudos
que beben sangre y desnudos
en pacto con belzebú
bailan su horrible bodú
y comen muchachos crudos?
Sin embargo, las autoridades habían de prohibir terminantemente las prácticas del
voudou. El Bando de policía y gobernación, de 1862, disponía:
Siendo muy frecuentes los desórdenes y escándalos que se cometen en los denominados bailes
holandés, danois, tango, bambulá, jodú, quedan prohibidos y sólo podrán verificarse obteniendo
una licencia de la autoridad… queda prohibido el baile llamado jodú.
Fue obra del genial poeta popular Juan Antonio Alix la más violenta y a la vez más
pintoresca diatriba contra el voudou. Su estupendo Diálogo entre un guajiro dominicano y un
papá bocó haitiano en un fandango en Dajabón, que Félix María Del Monte considera “un verdadero
monumento literario”, es en sí una repulsa contra el voudou, contra lo haitiano, y
una férvida exaltación de lo dominicano: Wenceslao, vecino de Jicomé, se encuentra con un
Papá-bocó haitiano en un fandango en Dajabón. En el extenso y animado diálogo se habla
de las grandes figuras de Haití y de sus atrocidades en Santo Domingo y al final de cada
décima el haitiano repite su estribillo:
Tin tien que baila vodú.
El dominicano responde con maliciosos o hirientes comentarios, y también termina
cada estrofa con otro estribillo:
Yo si no bailo judú.
No ceja el porfiado haitiano en su empeño y al fin el dominicano, perdida la paciencia,
desenvaina su encabao:
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