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Teología Sistemática - Hodge - Cimiento Estable

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CAPÍTULO 11 - TEÍSMO 185Si ésta es la realidad de nuestra naturaleza moral, está claro que nos esnecesario aceptar la existencia de un Dios extramundano, personal, de quiendependemos, y ante quien somos responsables. Ésta es indudablemente la basepara la convicción del ser de Dios, que ha prevalecido universalmente entre loshombres. Poseyendo la idea dada en la constitución de su naturaIeza, o hallándosebajo la necesidad interior de creer en tal Ser, hombres cultivados han buscado yencontrado evidencia de su existencia en el mundo sin ellos. Pero estas pruebasexternas no han sido tan generales ni tan operativas como las derivadas de lo quenosotros mismos somos, y de lo que sabemos que merecemos. Así, hombres comokant y como Sir William Hamilton, aunque niegan la validez de todos los otrosargumentos para la existencia de Dios, admiten que nuestra naturaleza nos obliga acreer que Él es, Y que Él es una persona.Nuestros sentimientos morales no se deben a la educación.Ciertamente, se objeta que estos fenómenos de nuestra naturaleza moral sedeben a la educación o a la superstición. A esto se responde, primero, que lasverdades morales tienen una luz de evidencia propia. No se pueden negar delmismo modo que no se pueden negar las intuiciones de los sentidos y de la razón.Puede incluso decirse que nuestros juicios morales tienen una mayor certidumbreque cualesquiera otras convicciones. Los hombres creen cosas absurdas. Creen loque contradice la evidencia de sus sentidos. Pero nadie ha creído ni creerá que lamalignidad es una virtud. En segundo lugar, lo que es universal no puede serexplicado mediante peculiaridades de la cultura. Todos los hombres son seresmorales; todos tienen este sentimiento de obligación moral, y de responsabilidad; ynadie se puede liberar de estas convicciones. Por ello, el Apóstol, hablando desdela consciencia común de los hombres, así como bajo la conducción del EspírituSanto, habla de los pecadores como «conociendo el justo juicio de Dios» (Ro1:32); esto es, que un sentimiento de pecado involucra el conocimiento de un Diossanto.Luego, estamos situados en medio de un vasto universo del que constituimosuna parte. Nos vemos forzados, no meramente por el deseo de conocimiento, sinopor la necesidad de nuestra naturaleza, a preguntar: ¿Cómo se originó esteuniverso? ¿Cómo es sustentado? ¿A dónde se dirige? ¿Qué somos nosotros? ¿Dedónde procedemos? ¿A dónde vamos? Estas preguntas precisan de respuestas. Sedebe resolver este complicado problema.No es ninguna solución atribuirIo todo al azar. Constituye una frívola negaciónde que haya necesidad de solución alguna, de que tales respuestas demanden unapregunta. AtribuirIo todo a la necesidad de las cosas es decir que la existencia delas cosas como son es la realidad última. El universo es,

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