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Teología Sistemática - Hodge - Cimiento Estable

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440 PARTE I - TEOLOGÍA PROPIA§4. El valor de los milagros como prueba de la Revelación divina.Acerca de esta cuestión se han sustentado opiniones extremas. Por una parte, seha mantenido que los milagros son la única evidencia satisfactoria de unarevelación divina; por otra, que no son ni necesarios ni posibles. Algunosargumentan que por cuanto la fe debe estar basada en la aprehensión de la verdadcomo verdad, es imposible que ninguna cantidad de evidencia externa puedaproducir fe, ni capacitamos para ver la veracidad de aquello que no pudiéramosaprehenderlo sin ella. ¿Cómo puede un milagro capacitarnos para ver la veracidadde una proposición de Euclides, o que un paisaje sea hermoso? Este tipo derazonamiento es falaz. Pasa por alto la naturaleza de la fe como la convicción decosas que no se ven, en base de un testimonio adecuado. Lo que la Biblia enseñaacerca de esta cuestión es (I) Que la evidencia de los milagros es importante ydecisiva; (2) Que, sin embargo, está subordinada y es inferior a la de la verdadmisma. Ambos puntos son abundantemente evidentes en base del lenguaje de laBiblia y en base de los hechos en ella contenidos: (a) Que Dios ha confirmado susrevelaciones, bien hechas por profetas o apóstoles, mediante estas manifestacionesde su poder, es en sí mismo una prueba suficiente de su validez e importanciacomo sellos de una misión divina. (b) Los escritores sagrados, bajo ambasdispensaciones, apelaron a estas maravillas como pruebas de que ellos eran losmensajeros de Dios. En el Nuevo Testamento se dice que Dios confirmó eltestimonio de sus Apóstoles mediante señales, prodigios y diversos milagros ydones del Espíritu Santo. Incluso nuestro mismo Señor, en quien morabacorporalmente la plenitud de la Deidad, fue aprobado mediante milagros, señales ymaravillas que Dios efectuó por medio de Él (Hch 2:22). (c) Cristo apelóconstantemente a sus milagros como una prueba decisiva de su misión divina. «Lasobras que el Padre me dio para que las llevase a cabo,» dice el Señor, «las mismasobras que yo hago, dan testimonio de mí, de que el Padre me ha enviado» (Jn5:20,36). Y en Jn 10:25, «Las obras que yo hago en el nombre de mi Padre, ellasdan testimonio de mí»; y en el versículo 38: «Aunque no me creáis a mí, creed alas obras». Jn 7:17: «El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si ladoctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta». Indudablemente, la másalta evidencia de la verdad es la misma verdad; como la más alta evidencia del bienes el mismo bien. Cristo es su propio testigo. Su gloria le revela como el Hijo deDios, a todos aquellos cuyos ojos no han sido cegados por el dios de este mundo.El punto que los milagros están destinados a demostrar no es tanto la verdad de lasdoctrinas enseñadas como la misión divina del maestro. Esto último, desde luego, afin de lo primero. Lo que un hombre enseña puede ser cierto, aunque no sea divinoen su origen. Pero

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