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Teología Sistemática - Hodge - Cimiento Estable

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CAPÍTULO VII - LA DIVINIDAD DE CRISTO 351muerte, y te daré corona de vida». «La corona de justicia, la cual me dará el Señor,el juez justo, en aquel día». «La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy comoel mundo la da». «Creéis en Dios, creed también en mí». «Voy a preparar lugarpara vosotros». «Vendré otra vez, y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy,vosotros también estéis»: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, yyo os haré descansar». Es evidente que el Dios Infinito mismo no puede niprometer ni dar nada más grande o excelso que lo que Cristo da a su pueblo. Sonenseñados a esperar en Él como la fuente de toda bendición, como dador de todobien y de todo don perfecto. No hay oración más completa en el Nuevo Testamentoque aquella con la que Pablo cierra su Epístola a los Gálatas: «La gracia de nuestroSeñor Jesucristo sea con vuestro espíritu». Su favor es nuestra vida, lo cual nopodría ser si Él no fuera nuestro Dios.E. Su control sobre la naturalezaUna cuarta característica general de la enseñanza del Nuevo Testamento acercade Cristo se relaciona con el controI que se le atribuye sobre el mundo exterior. Lasleyes de la naturaleza están ordenadas por Dios. Pueden ser cambiadas osuspendidas sólo por Él. Por ello, un milagro o cualquier acontecimiento queinvolucre tal cambio o suspensión es una evidencia de la operación inmediata delpoder divino. Por ello, el agente eficiente en la obra de un milagro tiene que poseerpoder divino. Cuando Moisés, los profetas, o los Apóstoles, obraban milagros,rechazaban de manera explícita que fuera por su propia eficiencia. ¿Por qué nosmiráis a nosotros, dice el Apóstol Pedro, como si fuera por nuestro propio poderque hemos sanado a este hombre? Cuando Moisés dividió el Mar Rojo, laeficiencia por la que fue producido aquel efecto no estaba más en él que en la varacon la que golpeó las aguas. Sin embargo, Cristo obró milagros por su propio poderinherente. Y fue a su eficiencia que los Apóstoles atribuyeron los milagros queellos obraban. Era su nombre, o la fe en Él, como Pedro enseñaba al pueblo, lo queefectuó la instantánea curación del hombre lisiado. Cristo nunca atribuyó su podermilagroso a otra fuente fuera de Él mismo; Él mantuvo Su propia prerrogativa; y Élconfirió este poder a otros. Él dijo de Él mismo que tenía poder para poner su vida,y poder para volverla a tomar; que Él tenía vida en Sí mismo y que podía dar vida aaquellos que Él quisiera; os daré, les dijo a sus discípulos, poder para hollarserpientes y escorpiones, y sobre todo el poder del adversario. Por tanto, cadamilagro de Cristo era una manifestación visiblede su divinidad. Cuando Él sanabaa los enfermos, abría los ojos a los ciegos, restauraba a los cojos, resucitaba a losmuertos, alimentaba a miles con unas pocas hogazas de pan, y calmaba eltempestuoso mar, era con una palabra, con el ejercicio sin esfuerzo de su voluntad.Así manifestó su gloria,

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