Tomo Dos Leyenda de Oro -Vidas de Los Martires-

DIA 19.
JiianEvangelisla estaban al pié do la cruz, de Jesucristo
nuestro Redentor: él cual bajaba de la cruz, y regalando á
l'cdro, cantaba con él los salmos suavísimamcnte, y á las
noches cuando donnia, le parecia ver en sueños los ángeles
que como maestros le venian á enseñar, y le roprendian
si aquel dia habia hecho alguna cosa malhecha. Después
tuvo deseo de retirarse al yermo, para hacer penitencia,,
y darse mas libremente á Dios, y con este deseo,
í»or no tener á quien comunicarle vivió hasta los veinte
años de su edad, en la cual se partió de su casa, y habiendo
estado diez dias en un lugar apartado de un ermitaño,
por inspiración de Dios se fué á un alto monte, y en una
cueva en que apenas cabía su cuerpo, moró tres afios con
admirable abstinencia y aspereza de vida. Aquí tuvo
grandes batallas del demonio, é ilustres victorias y no menores
consuelos y regalos del Señor. Pasados los tres años,
por consejo y ruegos de algunos amigos y devotos suyos,
fué á Roma y allí se ordenó de misa, y en el monas-
UM-ÍO de Santa María de Piésoli tomó el hábito de san Re-
«ilo. Mas como muchos le viniesen á visitar, y el santo
fuese enemigo de bullicio, con licencia de su abad se volvió
á su soledad, y en el monte llamado Morón estuvo cinco
años haciendo vida angelical: de donde echó una serpiente
terrible y venenosa que inlicionaba toda aquella
tierra, y le hacia notable daño. De este lugar donde estuvo>
después tomó el nombrenombre, y le llamaron Pedro
Morón. Mas como la fama de su santidad se divulgasei
y en los ojos do ios hombres resplandeciese, y por esta
causa muchos le viniesen á buscar é inquietar, se partió
**ceste lügar con dos solos discípulos á otro monte llamado
a Magela, qUe CS[& cerca la ciudad de Sulmona, donde le
Preció que podría estar mas apartado, secreto, v se_
guro.
Era extremada su penitencia; llevaba una cadena de
hierro ceñida sobre su carne; vestíase un áspero cilicio;
su comer era poquísimo, y ayunaba casi todo el año, y
muchos dias á pan y agua; su cama era el suelo, y por
cabecera un madero, y la ropa con que se cubría era un
pobre, rolo y vil vestido. Era humildísimo; y aunque en
el decir misa sentía mucho gusto y devoción, considerando
por una parle la allega de aquel soberano misterio, y la
•najeslad incomprensible del Señor, y por otra su grande
^dignidad, quiso dejar de decir misa; pero con una visión
que tuvo de un santo abad que le habia dado el hábito,
y siendo ya difunto le apareció, y por consejo de su
confesor, se animó y perseró en decir misa, entendiendo,
que agradaba mas á nuestro Señor en llegarse á él con
humildad, confianza y devoción, que en apartarse de él
por reverencia y temor.
Siendo la vida de san Pedro tan excelente, y mas divina
•li'0 humana, el Señor, que se quería servir de él, le
veui'^810 ^ mov'