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Tomo Dos Leyenda de Oro -Vidas de Los Martires-

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59 i LA LEYENDA DE ORO. mA 28.<br />

oonocia que Dios estaba airado contra él, tanlo, cuanto en<br />

ver quo le habla puesto en el gobernalle <strong>de</strong> la Iglesia,<br />

siendo indigno <strong>de</strong> estar al remo : pero fué con suma a!egría<br />

y contento <strong>de</strong> todo el pueblo y cloro. Con esto creció<br />

mas la autoridad, el celo y la vigilancia <strong>de</strong>l santo , y el<br />

fruto quo do quiera que llegaba hacia con sus sermones.<br />

Fué consagrado obispo <strong>de</strong> Dona á los cuarenta y un ailos<br />

<strong>de</strong> su edad , en el año <strong>de</strong>l Señor <strong>de</strong> 393 por mano <strong>de</strong> Megalio<br />

, obispo calamense y primado <strong>de</strong> Numidia , y en el<br />

primero <strong>de</strong>l imperio <strong>de</strong> Arcadio y Honorio; y edificó <strong>de</strong>ntro<br />

<strong>de</strong> la iglesia un monasterio <strong>de</strong> clérigos, según el modo<br />

y regla que <strong>de</strong>jaron los santos apóstoles : porque como el<br />

mismo santo dice, consi<strong>de</strong>rando que la casa <strong>de</strong>l obispo ha<br />

<strong>de</strong> ser frecuentada <strong>de</strong> muchos, á los cuales es menester<br />

mostrar humanidad y hospedar (porque <strong>de</strong> otra manera<br />

el obispo seria tenido por inhumano), y que permitir es!o<br />

en el monasterio es in<strong>de</strong>cente y ocasión <strong>de</strong> mucha inquietud<br />

; quiso en su casa obispal tener monasterio para conservar<br />

la vida religiosa y no faltar á los huéspe<strong>de</strong>s. Después<br />

también instituyó monasterio <strong>de</strong> monjas, y Ies dió<br />

regla, como la habia dado á los monges y clérigos.<br />

¿Pero quién podrá explicar la luz con que este sapientísimo<br />

doctor comenzó á alumbrar al mundo, luego que fué<br />

or<strong>de</strong>nado presbítero y <strong>de</strong>spués consagrado obispo? ¿Cómo<br />

reformó la disciplina eclesiástica? ¿<strong>Los</strong> abusos que<br />

quitó? ¿Las dispulas que tuvo con los herejes? ¿Las victorias<br />

que alcanzó <strong>de</strong> ellos? ¿Y los triunfos y trofeos que<br />

por medio <strong>de</strong> este glorioso capitán luvo la Iglesia católica?<br />

Avisó primeramente á Aurelio, obispo <strong>de</strong> Cartago, que<br />

como cabeza y primado <strong>de</strong> las Iglesias <strong>de</strong> África , enmendase<br />

algunos abusos que habia en ellas, y que los <strong>de</strong>sarraigase,<br />

mas con suavidad que con severidad, mas con<br />

su ejemplo que con sus preceptos, más enseñando que<br />

mandando ; y amonestando, mas que amenazando: porque<br />

<strong>de</strong> esta manera, dice, que se ha <strong>de</strong> tratar con la muchedumbre<br />

<strong>de</strong>l pueblo, y los pecados <strong>de</strong> pocos se <strong>de</strong>ben<br />

castigar con rigor. Usábase todavía comer y beber en las<br />

iglesias, y habia gran<strong>de</strong>s excesos, y sobre las sepulturas<br />

<strong>de</strong> los mártires se hacia esto en sus fiestas, y en las memorias<br />

<strong>de</strong> los difuntos, y en otras cosas semejantes: las<br />

cuales prochró san Agustín que poco á poco se quitasen,<br />

hasta que en el concilio III carlaginense, siendo ya obispo<br />

, y hallándose en él, se hicieron <strong>de</strong>crelos contra estos<br />

abusos para arrancarlos. También quitó otros muchos malos<br />

usos, que habían quedado <strong>de</strong> la gentilidad: y reprendió<br />

gravemente á los que hablaban en la iglesia, y á los que<br />

se iban <strong>de</strong> ella ánles <strong>de</strong> acabar la misa, ó se quejaban <strong>de</strong><br />

las misas largas, ó las pedían breves por ser ricos y po<strong>de</strong>rosos.<br />

Ocupábase mucho en concordar los que estaban<br />

discor<strong>de</strong>s entre sí, en concertar sus pleitos, y juzgarlos y<br />

componerlos; porque en aquel tiempo solían los fieles<br />

acudir á los obispos con sus diferencias y pleitos, y touumos<br />

por jueces y árbilros: y ellos tenían mucha mano<br />

así por la autoridad <strong>de</strong> su oficio , como por la que les daban<br />

las leyes imperiales: y era tan pesada y tan continua<br />

esta ocupación, que el mismo santo quejándose <strong>de</strong> ella<br />

dice estas palabras: «Cuando amonestamos álos pleiteantes<br />

y Ies <strong>de</strong>cimos lo que les conviene, no por esto se<br />

apartan y <strong>de</strong>svian <strong>de</strong> nosotros; ánles hacen instancia,<br />

aprietan, ruegan y se lamentan, y sacan por fuerza que<br />

nos ocupemos en estas cosas temporales que ellos aman:<br />

v nóen escudriñar los mandamientos <strong>de</strong> Dios, que nosotros<br />

amamos. » Y en clrolugar dice: «Yo pongo por testigo<br />

sobre mi alma á nuestro Señor Jesucristo, por cuyo<br />

amor lo hago, que cuanto á mí foca, mucho mas querría<br />

cada día y ciertas horas (como se usa en los monasterios<br />

bien or<strong>de</strong>nados), trabajar con mis manos, y tener algunas<br />

<strong>de</strong>socupadas para leer, y orar, y tratar <strong>de</strong> las divinas<br />

Letras, que nó sufrir el <strong>de</strong>sasosiego importuno qne<br />

tengo en oír los pleitos ajenos, y los negocios seglares,<br />

para <strong>de</strong>terminarlos como juez, ó para atajarlos como media<strong>de</strong>ro<br />

entre las partes.» Y con tener tan poco gusto el<br />

santo en cosa tan <strong>de</strong>sabrida, como era oir y juzgar pleitos<br />

ajenos, era tan gran<strong>de</strong> su caridad y el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> cumplir<br />

con la obligación <strong>de</strong> su oficio, que unas veces se estaba<br />

hasta la bora <strong>de</strong> comer, y otras veces todo el día<br />

sin <strong>de</strong>sayunarse por oírlos y concertarlos, procurando quo<br />

los pleiteantes tratasen sus negocios cristianamente: tomando<br />

ocasión para enseñarles las cosas <strong>de</strong> Dios y <strong>de</strong>l<br />

bien <strong>de</strong> sus conciencias. Lo que el santo hacia muy <strong>de</strong><br />

buena gana era visitar á los huérfanos, á las viudas, álos<br />

alligidos, y cuando le llamaban, á ios enfermos; aunque<br />

en las otras visitas era muy mo<strong>de</strong>rado.<br />

Mas la principal ocupación <strong>de</strong> san Agustín era hacer<br />

guerra á los herejes, que en aquella sazen eran muchos y<br />

muy po<strong>de</strong>rosos en África, y an uinaban toda aquella provincia<br />

, inficionando las almas <strong>de</strong> los fieles con sus perniciosos<br />

errores. Estaba en Bona un maniqueo llamado Fortunato,<br />

que con «u hipocresía y malas artes pervertía á<br />

los católicos, y era gran lazo <strong>de</strong>l <strong>de</strong>monio. Rogaron á san<br />

Agustín, siendo aun presbítero, que disputase con Fortunato<br />

, y aunque al principio el hereje no quería, poi que conocía<br />

el ingenio y sabiduría <strong>de</strong> san Agustín; pero <strong>de</strong>spués,<br />

por no per<strong>de</strong>r el crédito entre los suyos, vino en<br />

ello. Señalóse el día: concurrió mucha gente docta y curiosa<br />

y <strong>de</strong> todo el pueblo. Señaláronse notarios que escribiesen<br />

todas las palabras y argumentos <strong>de</strong> una parte y do<br />

la otra. Duróla disputa dos horas: quedó Fortunato concluido,<br />

y confesó que no tenia que respon<strong>de</strong>r; y corrido<br />

se fué <strong>de</strong> aquella ciudad, y nunca mas á ella volvió. Y<br />

aunque los maniqueos enviaron otro en su lugar, no se<br />

atrevió á disputar con san Agustín, por mucho que el<br />

santo le convidó: y le escribió una carta, exhortándolo<br />

que, ó disputase, ó se partiese <strong>de</strong> la ciudad, y no enlazase<br />

las almas flacas, y las atosigase con sus errores. Otro<br />

hereje también maniqueo, mas atrevido, tenido por el<br />

mas sabio y agudo <strong>de</strong> su secta, llamado Félix, vino á Dona<br />

para argumentar con san Agustín, y lo procuró: y salido<br />

al campo con él <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mucha gente que estaba<br />

presente, al cabo <strong>de</strong> seis dias que duró la disputa, 1c<br />

rindió las armas, y quedó tan convencido, que allí luego<br />

en presencia <strong>de</strong> todos los circunstantes dijo, que quería<br />

ser hijo obediente <strong>de</strong> la Iglesia católica: y san Agustín le<br />

dió una cédula para que la leyese, en la cual anatematizaba<br />

los errores <strong>de</strong> los maniqueos; y él la leyó <strong>de</strong> buena<br />

gana. Con esto, y con ver vencido y <strong>de</strong>sterrado áFortunato,<br />

^u cabeza y obispo, <strong>de</strong>smayaron los herejes maniqueos<br />

y se esforzaron los católicos, y no hubo <strong>de</strong> allí a<strong>de</strong>lante<br />

quien so atreviese á <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r en disputa aquella perversa<br />

secta, Predicaba una vez al pueblo (como solía) san<br />

Agustín, y habiendo propuesto lo que pensaba tratiir en aquel<br />

sermón sin advertirlo quo hacia, <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir lo que había<br />

propuesto, y dió con gran fervor contra los errores <strong>de</strong> los<br />

maniqueos. Después estando á la mesa preguntó á los que

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