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A. La corte de Alfonso VIII - Gonzalo de Berceo

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nin por ojos fermosos nin çapatos dorados;<br />

mester ha puños duros, carrillos <strong>de</strong>nodados,<br />

ca lanças nin espadas non saben <strong>de</strong> falagos". (469)<br />

Como se pue<strong>de</strong> observar, Paris vuelve a ser <strong>de</strong>scrito con todas las características <strong>de</strong> un <strong>corte</strong>sano<br />

medieval. En este caso, es su belleza y el cuidado que <strong>de</strong>dica a su vestimenta lo que se critica,<br />

señalándose que la "fazienda", esto es, lo "que hay que hacer", se consigue con esfuerzo y<br />

fortaleza, no con "falagos". Por consiguiente, Alexandre, que es quien está narrando esta historia,<br />

entien<strong>de</strong> la figura <strong>de</strong> Paris como el paradigma <strong>de</strong>l <strong>corte</strong>sano corrupto y peligroso, que usa la<br />

<strong>corte</strong>sía para malos fines.<br />

Esta visión <strong>de</strong> Paris es especialmente significativa <strong>de</strong>bido al hecho <strong>de</strong> que Alexandre<br />

comparte nombre con Paris. Este es un dato ya homérico, que el autor <strong>de</strong>l Libro <strong>de</strong> Alexandre<br />

tomó <strong>de</strong> la Ilias latina: Paris se llamó también Alejandro, como Alejandro Magno. El autor<br />

castellano no podía <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> señalar esta coinci<strong>de</strong>ncia:<br />

Soliénlo Alexandre <strong>de</strong> primero llamar,<br />

mas óvole el padre el nombre a mudar;<br />

Paris le puso nombre, si l' oyestes contar,<br />

ca igual lo fazié <strong>de</strong> los otros e par. (360)<br />

<strong>La</strong> falsa etimología <strong>de</strong> "Paris" vuelve a ser enormemente<br />

reveladora: viene <strong>de</strong> "par", porque Paris<br />

hacía<br />

todo lo que hacían los otros. Es <strong>de</strong>cir, Paris imita a los <strong>de</strong>más para complacerles, por lo que<br />

ya lleva en su nombre la marca <strong>de</strong>l <strong>corte</strong>sano, el lema "todo para todos". Sin embargo, lo que<br />

ahora me interesa no es su segundo nombre, sino el primero, "Alexandre", porque este es, como<br />

sabemos, el nombre <strong>de</strong>l héroe macedonio que protagoniza la obra y que, no olvi<strong>de</strong>mos, actúa<br />

como narrador<br />

<strong>de</strong> este largo episodio.<br />

Como nos recuerdan Peter A. Bly y Deyermond, los eruditos medievales, como<br />

el autor<br />

<strong>de</strong> nuestro Libro <strong>de</strong> Alexandre, le prestaban enorme atención a estas<br />

"coinci<strong>de</strong>ncias", ya fueran<br />

semejanzas físicas u onomásticas, entre cosas o personajes. Durante la Edad Media, e incluso<br />

durante el Renacimiento y gran parte <strong>de</strong>l Barroco (Foucault, The Or<strong>de</strong>r 25-30; et passim), se<br />

pensaba que estos parecidos escondían alguna relación entre los dos términos semejantes: la<br />

estrella <strong>de</strong> mar nos dice algo sobre las estrellas <strong>de</strong>l cielo, y viceversa; el diente <strong>de</strong> león nos dice<br />

algo sobre el felino, y viceversa. Con esta metodología, se podía leer la naturaleza como si fuera<br />

un gran libro escrito por Dios, y <strong>de</strong> igual modo<br />

se podían leer las Sagradas Escrituras (Eva nos

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