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A. La corte de Alfonso VIII - Gonzalo de Berceo

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sus fuerzas, salió aquel mismo día a campo abierto y apostó con gallardía al núcleo <strong>de</strong> sus<br />

tropas, que estaba a su mando directo, encima <strong>de</strong> una altura <strong>de</strong> difícil subida, <strong>de</strong>splegando<br />

con gran habilidad el resto <strong>de</strong> sus fuerzas a <strong>de</strong>recha e izquierda, y allí se mantuvieron a la<br />

expectativa <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la hora sexta hasta el atar<strong>de</strong>cer, creyendo que nosotros plantaríamos<br />

batalla ese mismo día. (Jiménez <strong>de</strong> Rada, Historia <strong>de</strong> los hechos 318)<br />

El segundo día, se repitió esto mismo, puesto que sólo al tercer día los cristianos, ya<br />

<strong>de</strong>scansados, se dignaron a salir a campo abierto.<br />

Al comenzar la batalla, los cristianos avanzaron imparables, ante la retirada táctica <strong>de</strong> los<br />

almoha<strong>de</strong>s. Con esta maniobra,<br />

que ya habían empleado en Alarcos, los musulmanes buscaban<br />

<strong>de</strong>sgastar el ataque<br />

cristiano. Sin embargo, esta vez la carga tuvo efecto, y llegó con tal potencia<br />

a la primera línea<br />

musulmana que la arroyó con extrema facilidad. También cayó, aunque sólo<br />

tras una feroz lucha, la segunda línea. Con esto se llegó a la tercera, formada por la flor y nata<br />

<strong>de</strong>l ejército almoha<strong>de</strong>. En este punto se estabilizó<br />

el combate, y se sufrieron numerosas muertes<br />

en ambos lados.<br />

El califa<br />

almoha<strong>de</strong> estaba observando <strong>de</strong>s<strong>de</strong> un altozano y <strong>de</strong>cidió que era el momento <strong>de</strong><br />

usar su cuerpo<br />

<strong>de</strong> reserva, para intentar barrer, como se había hecho en Alarcos, al ejército<br />

cristiano. <strong>La</strong> carga<br />

<strong>de</strong>l califa fue terrible, y algunos cuerpos cristianos fueron <strong>de</strong>sbaratados y<br />

huyeron. Sin embargo,<br />

los cristianos lograron a duras penas mantener las líneas, aunque<br />

ciertamente estaban llevando la peor parte en el combate. Entonces, <strong>Alfonso</strong> <strong>VIII</strong>, que estaba al<br />

mando <strong>de</strong> la retaguardia cristiana, cargó con ella, dispuesto <strong>de</strong> nuevo a vencer o morir en el<br />

intento. <strong>La</strong> suerte le fue propicia, y la nueva carga arrolló imparable a los musulmanes, que<br />

comenzaron a huir. <strong>La</strong> <strong>de</strong>sbandada se generalizó, y los cristianos lograron <strong>de</strong>sbaratar incluso el<br />

famoso cuerpo <strong>de</strong> negros y moros (enca<strong>de</strong>nados unos a otros con el fin <strong>de</strong> que la línea no<br />

cediera) que constituía la guardia personal <strong>de</strong>l califa.<br />

Los cristianos pudieron entonces saquear el<br />

campamento <strong>de</strong>l califa, don<strong>de</strong> obtuvieron un enorme<br />

botín, y perseguir a los musulmanes, que<br />

sufrieron en la huida un grandísimo número<br />

<strong>de</strong> bajas. Fueron los castellanos los cristianos más<br />

<strong>de</strong>stacados en la persecución, ya que el arzobispo <strong>de</strong> Toledo, Jiménez<br />

<strong>de</strong> Rada, temiendo que la<br />

codicia les hiciera per<strong>de</strong>r la oportunidad <strong>de</strong> afianzar su victoria, había anunciado el día anterior<br />

que aquel <strong>de</strong> ellos que perdiera tiempo recogiendo botín en vez <strong>de</strong> <strong>de</strong>dicarse a perseguir a los<br />

infieles quedaría excomulgado. No obstante, los otros cristianos sí que se <strong>de</strong>dicaron al pillaje <strong>de</strong>l<br />

campo, recogiendo un rico botín.

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