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Comentario de la Biblia Matthew Henry

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Vv. 15—17. Esta ley prohíbe a los hombres <strong>de</strong>sheredar a su primogénito sin causa justa. El<br />

principio <strong>de</strong> este caso acerca <strong>de</strong> los hijos todavía es obligatorio para los padres; ellos conce<strong>de</strong>n a sus<br />

hijos su <strong>de</strong>recho sin parcialidad.<br />

Vv. 18—21. Fíjese como se <strong>de</strong>scribe aquí al transgresor. Es un hijo rebel<strong>de</strong> y porfiado. A ningún<br />

hijo le irá <strong>de</strong> lo peor por carencia <strong>de</strong> capacidad, lentitud o torpeza, sino por ser voluntarioso y<br />

obstinado. Nada lleva a los hombres a toda c<strong>la</strong>se <strong>de</strong> maldad y los endurece en eso con más seguridad<br />

y fatalidad que <strong>la</strong> embriaguez. Cuando los hombres se entregan a <strong>la</strong> bebida se olvidan <strong>de</strong> <strong>la</strong> ley <strong>de</strong><br />

honrar a los padres. Su padre y su madre <strong>de</strong>ben quejarse <strong>de</strong> él a los ancianos <strong>de</strong> <strong>la</strong> ciudad. Los hijos<br />

que olvidan su <strong>de</strong>ber, sin culpar a sus padres, si son mirados cada vez con menos afecto, <strong>de</strong>ben<br />

reconocer que eso suce<strong>de</strong> gracias a su misma conducta. Debe ser <strong>la</strong>pidado en público hasta morir, lo<br />

que harán los hombres <strong>de</strong> su ciudad. Desobe<strong>de</strong>cer <strong>la</strong> autoridad <strong>de</strong> los padres <strong>de</strong>be ser muy malo<br />

puesto que se or<strong>de</strong>na tal castigo; y, en <strong>la</strong> actualidad no es menos provocador para Dios, aunque<br />

escape <strong>de</strong>l castigo <strong>de</strong>l mundo. Pero cuando <strong>la</strong> juventud se esc<strong>la</strong>viza tempranamente a sus apetitos<br />

sensuales, pronto se endurece el corazón y se encallece <strong>la</strong> conciencia; y nada po<strong>de</strong>mos esperar sino<br />

rebeldía y <strong>de</strong>strucción.<br />

Vv. 22, 23. Por <strong>la</strong> ley <strong>de</strong> Moisés era contaminante tocar un cadáver, por tanto, no <strong>de</strong>ben quedar<br />

los cadáveres colgados, porque así contaminan <strong>la</strong> tierra. Hay aquí una razón que se refiere a Cristo:<br />

maldito por Dios es el colgado; esto es, el mayor grado <strong>de</strong> <strong>de</strong>sgracia y reproche. Quienes vean a un<br />

hombre colgado entre el cielo y <strong>la</strong> tierra, concluirán que ése ha sido abandonado por ambos, siendo<br />

indigno <strong>de</strong> los dos lugares. Moisés, por inspiración <strong>de</strong>l Espíritu usa <strong>la</strong> frase <strong>de</strong> ser maldito <strong>de</strong> Dios,<br />

cuando quiere <strong>de</strong>cir no más que ser tratado en <strong>la</strong> forma más ignominiosa, para que <strong>de</strong>spués pudiera<br />

aplicarse a <strong>la</strong> muerte <strong>de</strong> Cristo y mostrar que en el<strong>la</strong> Él sufrió <strong>la</strong> maldición <strong>de</strong> <strong>la</strong> ley por nosotros; lo<br />

cual prueba su amor y estimu<strong>la</strong> a tener fe en Él.<br />

CAPÍTULO XXII<br />

Versículos 1—4. De <strong>la</strong> humanidad para con los hermanos. 5—12. Varios preceptos. 13—30.<br />

Contra <strong>la</strong> impureza.<br />

Vv. 1—4. Si consi<strong>de</strong>ramos <strong>de</strong>bidamente <strong>la</strong> reg<strong>la</strong> <strong>de</strong> oro <strong>de</strong> ―hacer a los <strong>de</strong>más como queremos que<br />

ellos nos hagan a nosotros‖, podrían omitirse muchos preceptos particu<strong>la</strong>res. No po<strong>de</strong>mos<br />

adueñarnos <strong>de</strong> nada que encontremos. La religión nos enseña a ser amistosos y dispuestos para hacer<br />

todos los buenos oficios a todos los hombres. No sabemos cuán pronto po<strong>de</strong>mos tener necesidad <strong>de</strong><br />

ayuda.<br />

Vv. 5—12. La provi<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> Dios se extien<strong>de</strong> a los asuntos más pequeños, y sus preceptos<br />

también, para que aun en ellos podamos tener el temor <strong>de</strong>l Señor, como que estamos bajo su ojo y su<br />

cuidado. Pero <strong>la</strong> ten<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> estas leyes, aunque parezcan poca cosa, es tal que, por hal<strong>la</strong>rse en <strong>la</strong><br />

ley <strong>de</strong> Dios, <strong>de</strong>ben contarse como gran<strong>de</strong>s cosas. Si nos <strong>de</strong>mostramos como pueblo <strong>de</strong> Dios <strong>de</strong>bemos<br />

respetar su voluntad y su gloria, y no <strong>la</strong>s modas vanas <strong>de</strong>l mundo. Aun al vestirnos con <strong>la</strong> ropa, al<br />

comer o beber, todo <strong>de</strong>be hacerse con seria consi<strong>de</strong>ración <strong>de</strong> <strong>la</strong> preservación <strong>de</strong> nuestra pureza <strong>de</strong><br />

corazón y <strong>de</strong> conducta, así como <strong>la</strong> <strong>de</strong>l prójimo. Nuestro ojo <strong>de</strong>be ser sencillo, nuestro corazón<br />

simple y nuestra conducta coherente.<br />

Vv. 13—30. Estas reg<strong>la</strong>s y otras afines pudieron ser necesarias en aquel entonces y no es<br />

necesario que nosotros <strong>de</strong>bamos examinar<strong>la</strong>s <strong>de</strong>tal<strong>la</strong>damente, sino con respeto. Las leyes se

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