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Comentario de la Biblia Matthew Henry

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<strong>la</strong> cual fluyen arroyos abundantes, que refrescan y limpian como el agua. No esperemos los dones<br />

mi<strong>la</strong>grosos <strong>de</strong>l Espíritu Santo, pero po<strong>de</strong>mos solicitar sus influencias más corrientes y más valiosas.<br />

Estos arroyos han fluido <strong>de</strong>s<strong>de</strong> nuestro Re<strong>de</strong>ntor glorificado hasta esta fecha, y hasta los rincones<br />

más remotos <strong>de</strong> <strong>la</strong> tierra. Deseemos darlos a conocer al prójimo.<br />

Vv. 40—53. La maldad <strong>de</strong> los enemigos <strong>de</strong> Cristo siempre es irracional y, a veces, no se pue<strong>de</strong><br />

contar con que sea refrenada. Nunca un hombre habló con su sabiduría, po<strong>de</strong>r, y gracia, esa c<strong>la</strong>ridad<br />

convincente y dulzura, con que hab<strong>la</strong>ba Cristo. ¡Ay, muchos <strong>de</strong> los que estuvieron por un tiempo<br />

refrenados y que hab<strong>la</strong>ron bien <strong>de</strong> <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra <strong>de</strong> Jesús, perdieron rápidamente sus convicciones y<br />

siguieron en sus pecados! La gente es neciamente motivada en materias <strong>de</strong> peso eterno por motivos<br />

externos, estando dispuestos hasta ser con<strong>de</strong>nados por amor a <strong>la</strong> moda. Como <strong>la</strong> sabiduría <strong>de</strong> Dios<br />

escoge frecuentemente cosas que los hombres <strong>de</strong>sprecian, así <strong>la</strong> necedad <strong>de</strong> los hombres <strong>de</strong>sprecia<br />

corrientemente a quienes Dios ha elegido. El Señor saca a<strong>de</strong><strong>la</strong>nte a sus discípulos tímidos y débiles,<br />

y a veces los usa para <strong>de</strong>rrotar los <strong>de</strong>signios <strong>de</strong> sus enemigos.<br />

CAPÍTULO VIII<br />

Versículos 1—11. Los fariseos y <strong>la</strong> adúltera. 12—59. La conversación <strong>de</strong> Cristo con los fariseos.<br />

Vv. 1—11. Cristo no halló <strong>de</strong>fecto en <strong>la</strong> ley ni excusó <strong>la</strong> culpa <strong>de</strong> <strong>la</strong> mujer prisionera; tampoco tomó<br />

en cuenta el pretendido celo <strong>de</strong> los fariseos. Se con<strong>de</strong>nan a sí mismos los que juzgan a los <strong>de</strong>más y,<br />

sin embargo, hacen lo mismo. Todos los que <strong>de</strong> alguna manera son l<strong>la</strong>mados a culpar <strong>la</strong>s faltas <strong>de</strong>l<br />

prójimo, están especialmente preocupados <strong>de</strong> mirarse a sí mismos y mantenerse puros. En este<br />

asunto Cristo asistió a <strong>la</strong> gran obra por <strong>la</strong> cual vino al mundo, <strong>la</strong> cual era, llevar pecadores al<br />

arrepentimiento, no para <strong>de</strong>struir, sino para salvar. Él apuntaba a llevar al arrepentimiento no sólo al<br />

acusado <strong>de</strong>mostrándole su misericordia, sino también a los acusadores <strong>de</strong>mostrándoles sus pecados;<br />

ellos pensaron ten<strong>de</strong>rle una trampa; Él procuró convencerlos y convertirlos. —Él rehusó inmiscuirse<br />

en el oficio <strong>de</strong> juez. Muchos <strong>de</strong>litos merecen un castigo más severo que el recibido, pero no <strong>de</strong>bemos<br />

<strong>de</strong>jar nuestra propia obra para asumir aquel<strong>la</strong> a <strong>la</strong> cual no hemos sido l<strong>la</strong>mados. Cuando Cristo <strong>la</strong><br />

mandó irse, fue con esta precaución: Vete y no peques más. Los que ayudan a salvar <strong>la</strong> vida <strong>de</strong> un<br />

<strong>de</strong>lincuente <strong>de</strong>ben ayudar a salvar el alma con el mismo cuidado. —Son verda<strong>de</strong>ramente felices<br />

aquellos a quienes Cristo no con<strong>de</strong>na. El favor <strong>de</strong> Cristo para nosotros al perdonar los pecados<br />

pasados <strong>de</strong>be prevalecer en nosotros: Vete, y no peques más.<br />

Vv. 12—16. Cristo es <strong>la</strong> Luz <strong>de</strong>l mundo. Dios es luz, y Cristo es <strong>la</strong> imagen <strong>de</strong>l Dios invisible. Un<br />

sol ilumina a todo el mundo; así lo hace un solo Cristo y no se necesita más. ¡Qué mazmorra oscura<br />

sería el mundo sin el sol! Así sería sin Jesús por el cual vino <strong>la</strong> luz al mundo. —Quienes siguen a<br />

Cristo no andarán en tinieb<strong>la</strong>s. No serán <strong>de</strong>jados sin <strong>la</strong>s verda<strong>de</strong>s necesarias para impedir el error<br />

<strong>de</strong>structor, y sin <strong>la</strong>s instrucciones en el camino <strong>de</strong>l <strong>de</strong>ber, necesarias para guardarlos <strong>de</strong>l pecado<br />

con<strong>de</strong>nador.<br />

Vv. 17—20. Si conociéramos mejor a Cristo conoceríamos mejor al Padre. Se vuelven vanos en<br />

sus imaginaciones acerca <strong>de</strong> Dios los que no apren<strong>de</strong>n <strong>de</strong> Cristo. Los que no conocen su gloria ni su<br />

gracia, no conocen al Padre que le envió. El tiempo <strong>de</strong> nuestra partida <strong>de</strong> este mundo <strong>de</strong>pen<strong>de</strong> <strong>de</strong><br />

Dios. Nuestros enemigos no pue<strong>de</strong>n apresurarlo más, ni nuestros amigos, <strong>de</strong>morarlo respecto <strong>de</strong>l<br />

tiempo <strong>de</strong>signado por el Padre. Todo creyente verda<strong>de</strong>ro pue<strong>de</strong> mirar arriba y <strong>de</strong>cir con p<strong>la</strong>cer: Mis<br />

tiempos están en tu mano, y mejor en el<strong>la</strong>s que en <strong>la</strong>s mías. Para todos los propósitos <strong>de</strong> Dios hay un<br />

tiempo.

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