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Comentario de la Biblia Matthew Henry

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Las hormigas son más diligentes que los hombres perezosos. Po<strong>de</strong>mos apren<strong>de</strong>r sabiduría <strong>de</strong> los<br />

insectos más viles y ser avergonzados por ellos. —Los hábitos <strong>de</strong> <strong>la</strong> indolencia e indulgencia crecen<br />

en <strong>la</strong> gente. Así <strong>la</strong> vida se precipita al <strong>de</strong>sperdicio; y <strong>la</strong> pobreza, aunque primero distante, se acerca<br />

pau<strong>la</strong>tinamente, como un viajero y, cuando llega, es como un hombre armado, <strong>de</strong>masiado fuerte para<br />

ser resistido. Todo esto pue<strong>de</strong> aplicarse a <strong>la</strong>s preocupaciones <strong>de</strong> nuestras almas. ¡Cuántos aman su<br />

dormir <strong>de</strong> pecado, y sus sueños <strong>de</strong> felicidad mundana! ¿No procuraremos <strong>de</strong>spertar a los tales? ¿No<br />

pondremos diligencia para asegurar nuestra propia salvación?<br />

Vv. 12—19. Si los perezosos <strong>de</strong>ben ser con<strong>de</strong>nados, que nada hacen, mucho más los que hacen<br />

todo el mal que pue<strong>de</strong>n. Obsérvese cómo se <strong>de</strong>scribe a tal hombre: Dice y hace todo astutamente y<br />

con intenciones. Su ruina vendrá sin advertencia y sin alivio. —Aquí hay una lista <strong>de</strong> cosas que Dios<br />

abomina. Son pecados especialmente provocadores para Dios los que son dañinos para el bienestar<br />

<strong>de</strong> <strong>la</strong> vida humana. Debemos odiar en nosotros lo que Dios odia; es nada odiar<strong>la</strong>s en los <strong>de</strong>más.<br />

Desechemos todas esas costumbres, y velemos y oremos contra el<strong>la</strong>s; evitemos con marcada<br />

<strong>de</strong>saprobación, a todos los culpables <strong>de</strong> el<strong>la</strong>s, cualquiera sea su rango.<br />

Vv. 20—35. La pa<strong>la</strong>bra <strong>de</strong> Dios tiene algo que <strong>de</strong>cirnos sobre todas <strong>la</strong>s ocasiones. Que <strong>la</strong><br />

reprensión fiel nunca nos incomo<strong>de</strong>. —Cuando considaremos cuánto abunda este pecado, cuán<br />

odioso es el adulterio en su propia naturaleza, qué ma<strong>la</strong> consecuencia trae, y cuán ciertamente<br />

<strong>de</strong>struye <strong>la</strong> vida espiritual en el alma, no nos asombra que <strong>la</strong>s advertencias en su contra sean<br />

repetidas tan a menudo. —Notemos los temas <strong>de</strong> este capítulo. Recor<strong>de</strong>mos a quien voluntariamente<br />

se hizo nuestro fiador cuando nosotros éramos extraños y enemigos, ¿y los cristianos, con <strong>la</strong>s<br />

perspectivas, motivos y ejemplos que tienen, serán perezosos y negligentes? ¿Descuidaremos lo que<br />

agrada a Dios y lo que Él recompensa bondadosamente? Vigilemos muy <strong>de</strong> cerca cada sentido por el<br />

cual pue<strong>de</strong> entrar veneno a nuestras mentes o afectos.<br />

CAPÍTULO VII<br />

Versículos 1—5. Invitaciones a apren<strong>de</strong>r sabiduría. 6—27. Las artes <strong>de</strong> los seductores y<br />

advertencias en contra.<br />

Vv. 1—5. Debemos atesorar los mandamientos <strong>de</strong> Dios en forma segura. No sólo se trata <strong>de</strong>:<br />

Obedécelos y vivirás, sino <strong>de</strong>: Obedécelos como quien no pue<strong>de</strong> vivir sin ellos. Los que objetan el<br />

caminar cuidadoso y estricto como innecesario y <strong>de</strong>masiado preciso, no toman en cuenta que <strong>la</strong> ley<br />

<strong>de</strong>be obe<strong>de</strong>cerse como a <strong>la</strong> niña <strong>de</strong>l ojo porque, indudablemente, <strong>la</strong> ley en el corazón es el ojo <strong>de</strong>l<br />

alma. Que <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra <strong>de</strong> Dios habite en nosotros y que, así, esté escrita don<strong>de</strong> siempre estará a <strong>la</strong><br />

mano para ser leída. Así seremos resguardados <strong>de</strong> los efectos fatales <strong>de</strong> nuestras propias pasiones y<br />

<strong>de</strong> <strong>la</strong>s trampas <strong>de</strong> Satanás. Que <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra <strong>de</strong> Dios confirme nuestro horror <strong>de</strong>l pecado y <strong>la</strong>s<br />

resoluciones en su contra.<br />

Vv. 6—27. Aquí hay un ejemplo conmovedor <strong>de</strong>l peligro <strong>de</strong> <strong>la</strong>s lujurias juveniles. Es una<br />

historia o una parábo<strong>la</strong> sumamente instructiva. ¿Alguien osará aventurarse en <strong>la</strong>s tentaciones que<br />

conducen a <strong>la</strong> impureza, luego que Salomón ha puesto ante sus ojos <strong>de</strong> manera tan vívida y sencil<strong>la</strong><br />

el peligro <strong>de</strong> siquiera acercárseles? Entonces, tal persona sería como el hombre que danza al bor<strong>de</strong><br />

<strong>de</strong> una roca alta cuando acaba <strong>de</strong> ver que otro se <strong>de</strong>speña <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el mismo lugar. La miseria <strong>de</strong> los<br />

pecadores que se <strong>de</strong>struyen a sí mismos empieza por <strong>de</strong>scuidar los benditos mandamientos <strong>de</strong> Dios.<br />

—Debemos orar diariamente que seamos resguardados <strong>de</strong> correr a <strong>la</strong> tentación, porque <strong>de</strong> lo<br />

contrario invitamos a los enemigos <strong>de</strong> nuestras almas a que nos pongan trampas. Evítese siempre <strong>la</strong>

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