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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> <strong>11</strong>2<br />

Mary Shelley<br />

pertara ya en su mente el tema que ahora debatíamos. Su semblante<br />

y sus gestos delataban indecisión y nerviosismo. Pero éste<br />

surgía del temor a que no secundáramos o a que no tuviera éxito<br />

nuestra idea; y aquélla lo hacía de una duda, la de si debíamos<br />

arriesgarnos a una derrota. Unas pocas palabras nuestras bastaron<br />

para que tomara la decisión, y la esperanza y la alegría brillaron<br />

en sus ojos. La idea de iniciar una carrera tan acorde con<br />

sus primeros hábitos y más recónditos deseos hizo aflorar su naturaleza<br />

más briosa y atrevida. Conversamos sobre sus posibilidades<br />

de ganar, sobre los méritos de los demás candidatos y sobre<br />

la predisposición de los votantes.<br />

Pero habíamos errado en el cálculo. Raymond había perdido<br />

gran parte de su popularidad, y sus peculiares partidarios habían<br />

desertado de él. Su ausencia de la escena pública había propiciado<br />

el olvido de la gente. Sus anteriores apoyos parlamentarios<br />

eran sobre todo de realistas que, cuando se había tratado de presentarse<br />

como heredero del condado de Windsor, se mostraron<br />

dispuestos a convertirlo en su ídolo, pero que en realidad le profesaron<br />

indiferencia cuando se presentó ante ellos sin más atributos<br />

ni distinciones que los que ellos, en su opinión, también compartían.<br />

Con todo, conservaba muchos amigos, admiradores de<br />

sus conocidos talentos. Su presencia, elocuencia, aplomo e imponente<br />

belleza se combinaban para producir un efecto electrizante.<br />

También Adrian, a pesar de sus hábitos solitarios y sus teorías,<br />

tan contrarias al espíritu de partido, contaba con muchos amigos,<br />

a los que sería fácil convencer para que votaran al candidato<br />

que él proclamara.<br />

<strong>El</strong> duque de . . . , así como el señor Ryland, viejo antagonista<br />

de Raymond, eran los otros candidatos. Al duque lo apoyaban<br />

todos los aristócratas de la república, que lo consideraban su representante<br />

natural. Ryland era el candidato popular. Cuando,<br />

en un primer momento, el nombre de lord Raymond se añadió a<br />

la lista, sus posibilidades parecían escasas. Abandonamos el debate<br />

que siguió a su nominación: nosotros, sus postulantes, mortificados,<br />

y él desanimado en exceso. Perdita nos regañó duramente.<br />

Habíamos alentado exageradamente sus expectativas. En<br />

su momento, ella no sólo no se había opuesto a nuestros planes,<br />

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