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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 436<br />

Mary Shelley<br />

emigración universal decidió permanecer en Inglaterra con su<br />

hijo y sola en el país vivir o morir, según decretara el destino, junto<br />

a la tumba de su amado. Se había ocultado en una de las muchas<br />

viviendas vacías de Londres. Fue ella la que rescató a mi<br />

amada Idris aquel fatal veinte de noviembre, aunque el peligro inmediato<br />

que corrí yo, seguido de la enfermedad de Idris, nos llevaron<br />

a olvidar a nuestra desconsolada amiga. Aquella circunstancia,<br />

sin embargo, le devolvió el contacto con sus congéneres.<br />

Una enfermedad menor de su pequeña le demostró que seguía<br />

unida a la humanidad por un lazo indestructible, y preservar la<br />

vida de su recién nacida se convirtió en meta de su existencia. Así,<br />

se unió a la primera división de emigrantes que partieron hacia<br />

París.<br />

Se convirtió en presa fácil del metodista, pues su sensibilidad<br />

y sus agudos temores la hacían accesible a todo impulso. <strong>El</strong> amor<br />

que sentía por su hija la llevaba a aferrarse a cualquier clavo ardiendo<br />

que le permitiera salvarlo. Su mente, otrora inexpugnable<br />

y ahora modelada por las manos más rudas e inarmónicas, se había<br />

vuelto crédula: hermosa como una diosa de fábula, con una<br />

voz incomparablemente dulce, fervorosa en su nuevo entusiasmo,<br />

se convirtió en firme prosélito y en poderosa ayudante del<br />

jefe de los <strong>El</strong>ectos. <strong>El</strong> día en que nos encontramos con ellos en la<br />

Place Vendôme la distinguí entre la multitud y, recordando de<br />

pronto el rescate providencial de mi amada a ella debido aquel 20<br />

de noviembre, me reproché a mí mismo mi olvido y mi ingratitud<br />

y me sentí impelido a intentar todo lo que estuviera en mi mano<br />

para rescatarla de las garras de aquel destructor hipócrita y devolverle<br />

lo mejor de sí misma.<br />

No relataré ahora los artificios de que me valí para penetrar<br />

en el asilo de las Tullerías ni ofreceré un recuento tedioso de mis<br />

estratagemas, engaños e insistentes artimañas. Lo cierto es que<br />

logré acceder a aquel recinto y recorrí sus salones y corredores<br />

con la esperanza de hallar a la conversa. Al atardecer traté de<br />

confundirme con la congregación, que se había reunido en la capilla<br />

para escuchar la retorcida y elocuente arenga de su profeta.<br />

Vi que Juliet se encontraba cerca de él. Sus ojos oscuros, imbuidos<br />

de la mirada inquieta y temible de la locura, se posaban en él.<br />

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