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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 419<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

iracundo que habían atravesado con gran peligro, aunque al parecer<br />

menos enojados con nosotros que entre ellos. Resultaba<br />

raro ver a aquellos seres humanos, que parecían haber brotado<br />

de la tierra como plantas extraordinarias e inestimables, dominados<br />

por las pasiones violentas y el espíritu de la confrontación. Su<br />

primera exigencia fue presentarse ante el señor Protector de Inglaterra,<br />

pues así llamaron a Adrian, aunque éste hubiera renunciado<br />

ya a aquel título desprovisto de sentido, pues le parecía una<br />

burla amarga de la sombra a la que el Protectorado había quedado<br />

reducida. Y así, los condujeron al castillo de Dover, desde<br />

cuya torre del homenaje Adrian había observado la aproximación<br />

de la barca. Los recibió con interés y asombro por lo inesperado<br />

de la visita. Como todos deseaban hablar primero y trataban<br />

de imponerse airadamente sobre los demás, tardamos un<br />

tiempo en averiguar el significado de aquella escena. Gradualmente,<br />

a partir de las furiosas declamaciones de uno, de las vehementes<br />

interrupciones de otro, de los comentarios despectivos de<br />

un tercero, supimos que eran los representantes de nuestra colonia<br />

en París, de las tres facciones allí formadas, y que, dada su enconada<br />

rivalidad, habían sido enviados a ver a Adrian, que debía<br />

oficiar de árbitro. Así, habían viajado desde París hasta Calais,<br />

atravesando ciudades desiertas y paisajes desolados, dedicándose<br />

unos a otros sus manifestaciones de odio violento. Y ahora exponían<br />

sus varios litigios con sectarismo renovado.<br />

Interrogando a los tres representantes por separado y tras muchas<br />

pesquisas, llegamos a conocer el verdadero estado de las<br />

cosas en París. Desde que el Parlamento lo había escogido como<br />

representante de Ryland, todos los ingleses supervivientes se habían<br />

sometido a Adrian. Él era nuestro comandante, el que debía<br />

alejarnos de nuestro país natal para llevarnos a tierras desconocidas,<br />

nuestro legislador, nuestro salvador. En el diseño de nuestro<br />

primer plan de emigración no contemplamos una separación prolongada<br />

de nuestros miembros; el mando de todo el contingente,<br />

en su ascenso gradual de poder, tenía su ápice en el conde de<br />

Windsor. Pero circunstancias imprevistas nos habían obligado a<br />

cambiar de planes, lo que hizo que gran parte de los emigrantes<br />

se vieran separados de su jefe supremo por el espacio de casi dos<br />

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