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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 296<br />

Mary Shelley<br />

míos, vestíos en el pasillo de la muerte. La peste os conducirá hasta<br />

su presencia. ¿Por qué aguardar tanto? <strong>El</strong>los, los buenos, los<br />

sabios, los más queridos, se fueron antes. Madres, dad vuestros<br />

<strong>último</strong>s besos; esposos, que ya no sois protectores de nada, guiad<br />

a los compañeros de vuestros muertos. ¡Venid! ¡Venid mientras<br />

los seres queridos aún son visibles, pues pronto habrán pasado de<br />

largo y ya nunca podréis reuniros con ellos!<br />

Tras éxtasis como aquél, se sumía de pronto en un recogimiento<br />

en el que, con palabras comedidas pero terroríficas, pintaba<br />

los horrores de nuestro tiempo: con gran profusión de detalles<br />

describía los efectos de la peste en los cuerpos y relataba<br />

casos desgarradores de familiares separados por la muerte –el sollozo<br />

desesperado sobre el lecho de muerte de los seres más queridos–<br />

con tal realismo que arrancaba el llanto y los gritos de la<br />

multitud. Un <strong>hombre</strong>, apostado en las primeras filas, observaba<br />

fijamente al profeta con la boca abierta, los miembros agarrotados,<br />

el rostro una sucesión de todos los colores –amarillo, azul,<br />

verde– del miedo. <strong>El</strong> loco vio que lo miraba y le clavó la vista,<br />

como la serpiente de cascabel que atrae a su víctima temblorosa<br />

hasta que se abalanza sobre ella con las fauces abiertas. Hizo una<br />

pausa, se irguió más. Su semblante irradiaba autoridad. Seguía<br />

observando al campesino, que había empezado a temblar pero no<br />

dejaba de mirarlo. Juntaba a intervalos las rodillas y le castañeteaban<br />

los dientes, hasta que en determinado momento cayó al<br />

suelo, presa de convulsiones.<br />

–Este <strong>hombre</strong> tiene la peste –declaró el loco sin inmutarse. Un<br />

alarido brotó de los labios de aquel pobre desgraciado, que acto<br />

seguido quedó inmóvil. Todos los allí presentes comprendieron<br />

que estaba muerto.<br />

Gritos de horror inundaron el lugar; todo el mundo trataba de<br />

escapar, y en cuestión de minutos el espacio destinado a mercado<br />

quedó desierto. <strong>El</strong> cadáver yacía en el suelo, y el visionario, sosegado<br />

y exhausto, se sentó junto a él y apoyó la mano en su mejilla<br />

hundida. Al poco aparecieron unos <strong>hombre</strong>s, a quienes los<br />

magistrados habían encomendado la retirada del cadáver. <strong>El</strong><br />

loco, creyendo que eran carceleros, huyó precipitadamente,<br />

mientras yo seguía mi camino en dirección al castillo.<br />

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