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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 306<br />

Mary Shelley<br />

tas nocturnas gozaban siempre de gran concurrencia; en muchas<br />

de ellas se violaba el decoro y proliferaban unos males hasta entonces<br />

relacionados con un estado avanzado de civilización. Los<br />

alumnos abandonaban sus libros, los artistas sus talleres. Las ocupaciones<br />

de la vida habían desaparecido, pero las distracciones<br />

perduraban. Los goces podían prolongarse casi hasta la tumba.<br />

Todo disimulo desaparecía –la muerte se alzaba como la noche– y,<br />

protegidos por sus sombras sórdidas, el rubor de la timidez, la reserva<br />

del orgullo y el decoro de la prudencia solían despreciarse<br />

por considerarse velos inútiles.<br />

Pero esta tendencia no era universal. Entre personas más elevadas,<br />

la angustia y el temor, el miedo a la separación eterna, el<br />

asombro natural causado por aquella calamidad sin precendentes,<br />

llevaban a estrechar lazos con familiares y amigos. Los filósofos<br />

planteaban sus principios como barreras contra la proliferación<br />

del libertinaje o la desesperación, como únicas murallas<br />

capaces de proteger el territorio invadido de la vida humana; los<br />

religiosos, con la esperanza de obtener su recompensa, se aferraban<br />

a sus credos como a tablones que, flotando en el tempestuoso<br />

mar del sufrimiento, los llevaran a la seguridad de un puerto<br />

situado en el Continente Ignoto. Los corazones amorosos, obligados<br />

a concentrar su campo de actuación, dedicaban por triplicado<br />

su desbordante afecto a las pocas personas que quedaban.<br />

Pero incluso entre ellas, el presente, como una posesión inalienable,<br />

era el único tiempo en que se atrevían a depositar sus esperanzas.<br />

La experiencia, desde épocas inmemoriales, nos había enseñado<br />

a contar nuestros goces por años y a extender nuestras perspectivas<br />

de vida sobre un periodo dilatado de progreso y decadencia.<br />

<strong>El</strong> largo camino tejía un vasto laberinto, y el Valle de la<br />

Sombra de la Muerte, en el que concluían, quedaba oculto por<br />

objetos interpuestos. Pero un terremoto había cambiado el paisaje<br />

–la tierra había bostezado bajo nuestros mismos pies– y el<br />

abismo se había abierto, profundo y vertical, dispuesto a engullirnos,<br />

mientras las horas nos conducían al vacío. Mas ahora era<br />

invierno, y debían transcurrir meses hasta que nos viéramos otra<br />

vez privados de seguridad. Nos habíamos convertido en maripo-<br />

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