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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> <strong>28</strong>9<br />

gar. <strong>El</strong> cielo estaba muy azul y el aire se impregnaba de la fragancia<br />

de flores raras que crecían entre las malas hierbas. Los árboles<br />

se mecían, más arriba, despertando la melodía favorita de<br />

la naturaleza, pero el aspecto triste de los senderos descuidados,<br />

los arriates de flores cubiertos de maleza, ensombrecían aquella<br />

alegre escena estival. La época en la que, orgullosos, felices y seguros<br />

nos reuníamos en aquella casa, ya no existía, y pronto las<br />

horas presentes se unirían a las pasadas, mientras las sombras de<br />

los futuros momentos se erguirían, oscuras y amenazantes, desde<br />

las entrañas del tiempo, su cuna y su catafalco. Por primera vez<br />

en mi vida envidiaba el sueño de los muertos y pensaba con placer<br />

en el lecho que nos aguarda bajo la tierra, pues en él carecen<br />

de poder el miedo y el pesar. Me colé por un hueco de la verja<br />

rota, ignorando las lágrimas que me oprimían la garganta, y me<br />

interné deprisa en el bosque. ¡Oh, muerte y cambio, gobernantes<br />

de nuestra vida! ¿Dónde estáis, para ir a vuestro encuentro?<br />

¿Qué, en nuestra calma, excitó vuestra envidia? ¿Qué, en nuestra<br />

dicha, para que os propusierais destruirla? Éramos felices, amábamos<br />

y éramos amados. <strong>El</strong> cuerno de Amaltea no contenía bendición<br />

que no derramara sobre nosotros, pero, ¡ay!<br />

la fortuna<br />

deidad bárbara, importuna,<br />

hoy cadáver y ayer flor<br />

no permanece jamás.*<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

Mientras caminaba sumido en aquellos pensamientos me crucé<br />

con varios campesinos. Parecían preocupados, y las pocas palabras<br />

de su conversación que llegaron hasta mí me llevaron a<br />

acercarme a ellos y averiguar más. Un grupo de personas que<br />

abandonaban Londres –algo habitual en aquellos días– habían<br />

remontado el Támesis en una barca. Nadie en Windsor les había<br />

dado cobijo por lo que, alejándose un poco más rumbo al norte,<br />

habían pasado la noche en un cobertizo abandonado cercano al<br />

canal conocido como Bolter’s Lock. A la mañana siguiente reem-<br />

* <strong>El</strong> príncipe constante, jornada II, Pedro Calderón de la Barca. (N. del T.)<br />

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