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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 47<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

donde ingresaría en la carrera diplomática bajo los mejores auspicios.<br />

Transcurridos dos años, regresaría a mi país con un nombre<br />

labrado y una reputación sólida.<br />

¿Y Perdita? Perdita se convertiría en pupila, amiga y hermana<br />

menor de Evadne. Con su tacto habitual, Adrian se había asegurado<br />

de que mi hermana mantuviera su independencia en tal situación.<br />

¿Cómo rechazar los ofrecimientos de tan generoso amigo?<br />

Yo, al menos, no deseaba rechazarlos, y en mi corazón de<br />

corazones prometí dedicar mi vida, mis conocimientos y mi poder<br />

–si en algo valían, su valor era el que él les había concedido–,<br />

a él y sólo a él.<br />

Eso me prometí a mí mismo mientras me dirigía a mi destino<br />

con grandes expectativas: las expectativas de cumplir todo<br />

lo que, sobre poder y diversión, nos prometemos a nosotros<br />

mismos, durante la infancia, alcanzar en la madurez. Yo creía<br />

que había llegado la hora de ingresar en la vida, una vez las<br />

ocupaciones infantiles habían quedado atrás. Incluso en los<br />

Campos <strong>El</strong>íseos, Virgilio describe las almas de los dichosos ávidas<br />

de beber de la ola que había de devolverles a su círculo mortal.<br />

Los jóvenes apenas se hallan en el <strong>El</strong>íseo, pues sus deseos,<br />

que desbordan lo posible, los vuelven más pobres que un acreedor<br />

arruinado. Los filósofos más sabios nos hablan de los peligros<br />

del mundo, de los engaños de los <strong>hombre</strong>s y de las traiciones<br />

de nuestro propio corazón. Pero aun así, sin temor ninguno zarpamos<br />

del puerto a bordo de nuestra frágil barca, izamos la vela<br />

y remamos, para resistir las turbulentas corrientes del mar de la<br />

vida. Qué pocos son los que, en el vigor de la juventud, varan sus<br />

naves sobre las «doradas arenas» y se dedican a recoger las conchas<br />

de colores que las salpican. Casi todos, al morir el día, con<br />

brechas en el casco y las velas rasgadas, se dirigen a la costa y<br />

naufragan antes de alcanzarla o hallan una ensenada batida por<br />

las olas, alguna playa desierta sobre la que se tienden y mueren<br />

sin que nadie les llore.<br />

¡Tregua a la filosofía! La vida se extiende ante mí, y yo me<br />

apresto a tomar posesión de ella. La esperanza, la gloria, el amor<br />

y una ambición sin culpa son mis guías, y mi alma no conoce temor<br />

alguno. Lo que ha sido, por más dulce que sea, ya no es; el<br />

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