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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 361<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

ta entonces sólo la mente había sufrido, pero ¿podía posponer<br />

yo perpetuamente el momento en que el cuerpo delicado y los<br />

nervios enfermos de la niña de mi prosperidad, la proveedora<br />

de mi rango y riqueza, mi compañera, se vieran atacados por el<br />

hambre, la adversidad y la epidemia? Mejor que muriera ya,<br />

mejor clavar un puñal en su pecho antes de que la temible adversidad<br />

se acercara a ella, y después clavármelo yo mismo.<br />

¡Pero no! En tiempos de desgracias debemos luchar contra<br />

nuestros destinos y esforzarnos por que éstos no nos venzan.<br />

No me rendiría, y hasta mi <strong>último</strong> aliento defendería a mis seres<br />

queridos contra la pena y el dolor. Y si finalmente era derrotado,<br />

mi derrota sería honrosa. De pie en la trinchera, resistiendo<br />

al enemigo, al enemigo invisible, impalpable, que tanto<br />

tiempo llevaba asediándonos y que todavía no había abierto ninguna<br />

brecha entre nosotros. Mi misión consistiría en que siguiera<br />

sin lograr, a pesar de cavar en secreto, surgir en las puertas<br />

mismas del templo del amor, en cuyo altar yo, día tras días, rendía<br />

sacrificio.<br />

<strong>El</strong> apetito de la muerte crecía, pues su alimento menguaba. ¿O<br />

tal vez fuera que antes, por ser más los que sobrevivían, no se<br />

prestaba tanta atención al número de muertos? Ahora cada vida<br />

era una piedra preciosa, cada aliento humano encerraba mucho<br />

más valor que la más hermosa de las joyas talladas, y la disminución<br />

de almas que se producía día a día, hora a hora, sumía los<br />

corazones en la más profunda tristeza. Ese verano fue testigo de<br />

la extinción de nuestras esperanzas, el buque de la sociedad naufragó,<br />

y la destartalada balsa encargada de llevar a los pocos supervivientes<br />

por el mar de la desgracia se desarmaba y recibía los<br />

embates de las tempestades. Los <strong>hombre</strong>s vivían de dos en dos, de<br />

tres en tres; me refiero a individuos que dormían, despertaban y<br />

satisfacían sus necesidades animales. Porque el <strong>hombre</strong>, en sí mismo<br />

débil, pero más poderoso que el viento o el océano cuando se<br />

congregaba en grandes números, el que aplacaba los elementos,<br />

el señor de la naturaleza creada, el igual de los semidioses, ese<br />

<strong>hombre</strong> ya no existía.<br />

¡Adiós a la escena patriótica, al amor a la libertad y al terreno<br />

bien ganado de la aspiración virtuosa! ¡Adiós al senado concurri-<br />

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