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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 216<br />

Mary Shelley<br />

La noche anterior, el vigía de uno de los buques más pequeños<br />

anclados cerca del muro del Serrallo, oyó el chapoteo sordo de<br />

unos remos. Dio la voz de alarma. Doce barcas pequeñas, con<br />

tres jenízaros montados en cada una de ellas, fueron avistadas<br />

mientras intentaban abrirse paso a través de la flota, en dirección<br />

a la orilla opuesta de Scutari. Al saberse descubiertos, dispararon<br />

sus mosquetones, y algunas de las barcas se avanzaron para cubrir<br />

a los demás, cuyas tripulaciones, haciendo acopio de todas<br />

sus fuerzas, trataban de escapar con sus ligeras embarcaciones<br />

entre los cascos oscuros que les rodeaban. Al cabo todos se hundieron<br />

y, con excepción de dos o tres prisioneros, los jenízaros se<br />

ahogaron. Poco pudo sonsacarse a los supervivientes, pero sus<br />

cautas respuestas llevaron a sospechar que varias incursiones habían<br />

precedido a la suya, y que varios turcos de alto rango habían<br />

llegado a la costa asiática. Los <strong>hombre</strong>s, altivos, negaron que los<br />

suyos hubieran desertado de la defensa de su ciudad, y uno de<br />

ellos, el más joven, en respuesta a la provocación de un marinero,<br />

exclamó:<br />

–¡Tomadlos, perro cristiano! Tomad los palacios, los jardines,<br />

las mezquitas, las moradas de nuestros padres! Y tomad la peste<br />

con ellos. La pestilencia es el mal del que huimos. Si es vuestra<br />

amiga, abrazadla y lleváosla al pecho. La maldición de Alá ha<br />

caído sobre Estambul, compartid con ella su destino.<br />

Aquella era la relación de los hechos que envió Karazza a Raymond.<br />

Pero un relato lleno de exageraciones monstruosas, aunque<br />

basado en ella, empezó a circular entre la tropa. Se alzó un<br />

murmullo: la ciudad era presa de la plaga. Un poderoso mal había<br />

sometido ya a sus habitantes. La Muerte se había convertido<br />

en Señora de Constantinopla.<br />

He oído describir una pintura en la que todos los habitantes<br />

de la tierra aparecen dibujados de pie, temerosos, aguardando<br />

la llegada de la muerte. Los débiles y decrépitos escapan; los<br />

guerreros se retiran, aunque amenazantes incluso en su huida;<br />

los lobos, los leones y otros monstruos del desierto rugen al verla;<br />

mientras, la siniestra Irrealidad acecha desde lo alto moviendo<br />

su dardo espectral, asaltante solitario pero invencible. Pues<br />

bien, lo mismo sucedía con el ejército griego. Estoy convencido<br />

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