12.05.2013 Views

018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 380<br />

Mary Shelley<br />

golpeaban los cristales y rugían alrededor de la casa. Además,<br />

una repulsiva sensación de enfermedad se apoderaba de mí por<br />

momentos. Si quería volver a verla, no había tiempo que perder.<br />

Monté en mi caballo y fui en su busca. En cada racha de viento<br />

creía oír su voz, acallada por la fiebre y el dolor.<br />

Cabalgué bajo la lluvia, a oscuras, a través de la madeja de calles<br />

desiertas de Londres. Mi hijo muerto en casa, las semillas de<br />

mi enfermedad mortal habían echado raíces en mi pecho. Iba en<br />

busca de Idris, mi adorada, que vagaba sola mientras las aguas<br />

frías descendían del cielo como cataratas, empapaban su cabeza<br />

y sus hermosos miembros se agarrotaban de frío. Al pasar<br />

junto una casa al galope, distinguí a una mujer de pie bajo un<br />

portal, que me llamaba. No era Idris, de modo que no me detuve,<br />

hasta que una suerte de segunda visión, un reflejo de lo que<br />

había visto apenas marcado en mis sentidos, me llevó a convencerme<br />

de que otra figura, delgada, esbelta, alta, se aferraba a la<br />

persona que la sostenía. En cuestión de segundos ya me hallaba<br />

junto a la suplicante, en cuestión de segundos recibía en mis brazos<br />

el cuerpo agonizante de Idris. La levanté y la tendí sobre el caballo.<br />

Le faltaban fuerzas para sostenerse por sí misma, de modo<br />

que monté detrás de ella, la apreté con fuerza contra mi pecho y<br />

la envolví con mi capa, mientras la mujer que la había auxiliado<br />

(su rostro, aunque cambiado, me era conocido, y resultó no ser<br />

otra que Juliet, la hija del duque de L. . .) no habría podido, en<br />

aquel momento de horror, despertar en mí más que una fugaz mirada<br />

de compasión. Tomó las riendas de mi montura y nos condujo<br />

a casa. ¿Me atreveré a decirlo? Aquel fue mi <strong>último</strong> momento<br />

de felicidad; pero sí, era feliz. Idris debía morir, pues su<br />

corazón estaba destrozado. Yo debía morir, pues me había infectado<br />

con la peste. La tierra era un escenario desolado; la esperanza,<br />

una locura; la vida se había casado con la muerte y ahora<br />

eran una sola cosa. Pero, mientras sostenía entre mis brazos a mi<br />

agonizante amor, sintiendo que yo mismo no tardaría en morir,<br />

me deleitaba en la sensación de poseerla una vez más. La besé<br />

una y otra vez y la acerqué mucho a mi corazón.<br />

Llegamos a casa y la ayudé a descabalgar. La subí a la primera<br />

planta y le pedí a Clara que le cambiara las ropas empapadas.<br />

380

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!