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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 69<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

causarte a ti un sufrimiento insoportable. A mí me ha afectado<br />

grandemente. A pesar de que se muestra correcto y amable aun<br />

habiendo perdido la razón, yo no lo venero como lo veneras tú, y<br />

sin embargo renunciaría a toda esperanza de alcanzar la corona<br />

y a mi mano derecha por verlo a él en el trono.<br />

Su voz expresaba una compasión profunda.<br />

–Eres un ser enigmático –exclamé–. ¿Adónde te conducirán<br />

tus acciones, en todo ese laberinto de intenciones en el que pareces<br />

perdido?<br />

–Ciertamente, adónde. A una corona, a una corona de oro y<br />

piedras preciosas, espero, y sin embargo no me atrevo a confiar en<br />

alcanzarla, y aunque sueño con una corona y despierto pensando<br />

en ella, una vocecilla diabólica no deja de susurrarme que lo que<br />

busco no es más que el sombrero de un loco, y que si fuera listo<br />

lo que haría sería pisotearla y tomar, en su lugar, lo que vale por<br />

todas las coronas de oriente y las presidencias de occidente.<br />

–¿A qué te refieres?<br />

–Si me decanto por ello, lo sabrás. Por el momento no me<br />

atrevo a hablar, ni siquiera a pensar en ello.<br />

Permaneció de nuevo en silencio unos instantes y de nuevo,<br />

tras una pausa, volvió a hablarme entre risas. Cuando no era la<br />

burla la que inspiraba su regocijo, cuando era una alegría sincera<br />

la que iluminaba sus gestos con expresión feliz, su belleza divina<br />

se apoderaba de todo.<br />

–Verney –prosiguió–, mi primera acción, cuando me convierta<br />

en rey de Inglaterra, será unirme a los griegos, tomar Constantinopla<br />

y someter toda Asia. Pretendo ser guerrero, conquistador;<br />

el nombre de Napoleón se inclinará ante el mío. Los más entusiastas,<br />

en lugar de visitar su tumba rocosa y exaltar los méritos<br />

de los caídos, adorarán mi majestad y magnificarán mis ilustres<br />

hazañas.<br />

Yo escuchaba a Raymond con vivo interés. ¿Podía no hacerlo,<br />

ante alguien que parecía gobernar la tierra con su imaginación, y<br />

que sólo se arredraba cuando trataba de gobernarse a sí mismo?<br />

De su palabra y voluntad dependía mi felicidad, el destino de<br />

todo lo que me era querido. Me esforzaba por adivinar el significado<br />

oculto de sus palabras. No mencionó a Perdita, y sin em-<br />

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