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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 160<br />

Mary Shelley<br />

tía algún remedio para su mal, podríamos encontrarlo y administrárselo.<br />

Habían transcurrido varias semanas desde la fiesta de aniversario<br />

y ella no había logrado serenar su mente ni someter sus pensamientos<br />

al curso normal. En ocasiones se reprochaba a sí misma<br />

tomarse tan a pecho lo que muchos considerarían un mal imaginario.<br />

Pero aquel asunto no correspondía a la razón e, ignorante<br />

como era de los motivos y de la verdadera conducta de Raymond,<br />

las cosas para ella adquirían un aspecto aún peor que el que la realidad<br />

le mostraba. Su esposo apenas permanecía en palacio, y<br />

sólo lo hacía cuando el cumplimiento de sus deberes públicos le<br />

aseguraba que no habría de quedarse a solas con Perdita. Casi<br />

nunca se dirigían la palabra, evitando darse explicaciones, temiendo<br />

ambos cualquier justificación del otro. Sin embargo, de<br />

pronto las maneras de Raymond cambiaron. Parecía propiciar<br />

ocasiones para mostrarse de nuevo amable, y buscaba recobrar la<br />

intimidad. Su amor por ella parecía volver a fluir. No conseguía<br />

olvidar la devoción que había sentido por la mujer a la que había<br />

convertido en santuario y depósito en el que guardaba todas sus<br />

ideas, todos sus sentimientos. La vergüenza parecía retenerlo, y<br />

sin embargo era evidente que deseaba renovar su confianza y afecto.<br />

Desde que Perdita se había recuperado lo bastante como para<br />

trazar un plan de acción, ideó uno que entonces se dispuso a poner<br />

en práctica. Recibía amablemente aquellas muestras de amor<br />

y no rehuía su compañía. Pero se empeñaba en alzar una barrera<br />

que impedía una relación familiar o una discusión dolorosa, y<br />

Raymond, avergonzado y orgulloso a partes iguales, no lograba<br />

vencerla. Gradualmente él empezó a dar muestras de ira e impaciencia,<br />

y Perdita comprendió que no podía mantener el sistema<br />

que había adoptado. Debía darle alguna explicación, y como no<br />

reunía el valor para hablarle, le escribió esto:<br />

Te ruego que leas esta carta con paciencia. No contiene ningún reproche.<br />

Pues sin duda el reproche es una palabra vana. ¿Qué habría<br />

de reprocharte?<br />

Permíteme que trate de explicarte algo de mis sentimientos, pues<br />

si no lo hago, los dos avanzamos a tientas en la oscuridad, confun-<br />

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