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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 504<br />

Mary Shelley<br />

Aquellos dos seres de maravillosos dones se habían librado del<br />

desastre universal del <strong>último</strong> año de soledad y habían sido mis<br />

compañeros. Mientras vivieron conmigo sentí todo su valor. Era<br />

consciente de que todos los demás sentimientos, el reproche, la pasión,<br />

se habían fundido gradualmente en un anhelo, una añoranza<br />

creciente por ellos. No había olvidado a la dulce compañera de mi<br />

juventud, madre de mis hijos, a mi adorada Idris; pero al menos, en<br />

su hermano veía revivir parte de su espíritu; y después, cuando la<br />

muerte de Evelyn me privó del recuerdo más preciado que de ella<br />

tenía, convertí a la persona de Adrian en un santuario dedicado a<br />

la memoria de mi amada, tratando de fundir las dos ideas. Sondeo<br />

las profundidades de mi corazón e intento en vano recordar las expresiones<br />

que puedan definir mi amor por aquellos dos restos de<br />

mi raza. Si el lamento y la pena me acechaban, como sucedía a veces<br />

en nuestro estado solitario e incierto, los tonos claros de la voz<br />

de Adrian y su mirada ferviente disipaban mi tristeza. O me alegraba<br />

sin saberlo al ser testigo de la serenidad y la dulce resignación<br />

expresadas en la frente despejada de Clara. Lo eran todo para<br />

mí: los soles de mi alma tenebrosa, el reposo de mi cansancio, el<br />

sueño reparador contra mi triste insomnio. Precaria, pálidamente,<br />

con palabras torpes, desnudas y débiles he expresado los sentimientos<br />

con que me aferraba a ellos. Me hubiera enroscado a ellos<br />

como una hiedra para que el mismo golpe nos abatiera a la vez.<br />

Habría penetrado en ellos, habría sido parte de ellos, para que<br />

si la anodina sustancia de mi carne fuera pensamiento,*<br />

incluso así los habría acompañado yo hasta su nueva e inefable<br />

morada.<br />

No volveré a verlos nunca. Me falta su conversación, no puedo<br />

verlos. Soy un árbol abatido por el rayo; la corteza jamás se<br />

cubrirá de fibras desnudas, y su vida temblorosa, rasgada por los<br />

vientos, no recibirá jamás el bálsamo de un solo momento de calma.<br />

Estoy solo en el mundo, pero esta expresión está menos preñada<br />

de miseria que esta otra: Adrian y Clara están muertos.<br />

* Soneto 44, William Shakespeare. (N. del T.)<br />

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