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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 486<br />

Mary Shelley<br />

columna del edificio, muy pálida, con gesto ausente. Adrian gritó<br />

de alegría, se acercó a ella a la carrera y la estrechó en sus brazos.<br />

Pero ella rechazó su muestra de afecto y sin mediar palabra<br />

volvió a entrar en el pabellón. Sus labios temblorosos, su corazón<br />

desesperado, le impedían pronunciar la desgracia que se había<br />

abatido sobre nosotros. <strong>El</strong> pobre Evelyn, mientras jugaba con<br />

ella, había sucumbido a una fiebre súbita y ahora yacía, adormecido<br />

y sin hablar, en el pequeño sofá de aquel aposento estival.<br />

Dos semanas enteras pasamos velando al pobre niño, mientras,<br />

atacada por un tifus virulento, su vida se extinguía. Su cuerpo<br />

menudo y su rostro albergaban el embrión de la mente de un<br />

<strong>hombre</strong> que se abre al mundo. La naturaleza humana, rebosante<br />

de pasiones y afectos, habría echado raíces en su pequeño corazón,<br />

cuyos latidos se dirigían velozmente hacia su final. <strong>El</strong> mecanismo<br />

de sus manitas, ahora fláccidas e inmóviles, habría culminado<br />

obras de belleza y fuerza si éstas se hubieran revestido de<br />

los tendones y los músculos de la juventud. Sus pies tiernos, otrora<br />

sanos, hubieran hollado en su pubertad los bosques y los prados<br />

de la tierra… Pero todos aquellos pensamientos servían de<br />

muy poco, pues él, tumbado, abandonado de todo pensamiento<br />

y fuerza, aguardaba el golpe final sin oponer resistencia.<br />

Nosotros lo observábamos junto al lecho, y cuando le sobrevenían<br />

los accesos de fiebre, ni hablábamos ni nos mirábamos,<br />

concentrados como estábamos en su respiración entrecortada, en<br />

el brillo mortal que teñía su mejilla hundida, en el peso de la<br />

muerte que le cerraba los párpados. Resulta manido afirmar que<br />

las palabras no lograrían expresar la larga agonía que vivimos;<br />

sin embargo, ¿cómo van las palabras a recrear sensaciones cuya<br />

intensidad nos atormenta y, por así decirlo, nos devuelve a las<br />

profundas raíces y los cimientos ocultos de nuestra naturaleza,<br />

que sacude nuestro ser con el temblor de un seísmo, hasta el punto<br />

de que dejamos de confiar en las sensaciones acostumbradas<br />

que, como la madre tierra, nos sustentan, y nos aferramos a cualquier<br />

imaginación vana, a cualquier esperanza engañosa que no<br />

tarda en quedar sepultada bajo las ruinas causadas por el horror<br />

final? He dicho que fueron dos semanas las que pasamos asistiendo<br />

al avance de la enfermedad que consumía a mi hijo, y tal<br />

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