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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> <strong>13</strong>0<br />

Mary Shelley<br />

cedió de momento. Estaba seguro de que cuando llevara un tiempo<br />

animándola y alentándola, la amistad y la razón acabarían ganando<br />

la partida.<br />

Pero los sentimientos que movían a Evadne estaban anclados<br />

en lo más profundo de su ser y eran de tal naturaleza que él no<br />

podía entenderlos. Evadne amaba a Raymond. Él era el héroe de<br />

su imaginación, la imagen que el amor había grabado en la fibra<br />

inalterada de su corazón. Hacía siete años, en la cima de su juventud,<br />

se había sentido unida a él, que había servido a su país<br />

contra los turcos. En tierra griega había adquirido aquella gloria<br />

militar que tan querida resultaba a los helenos, pues todavía se<br />

veían obligados a luchar palmo a palmo por su seguridad. Y sin<br />

embargo, cuando regresó a su país y se dio a conocer públicamente<br />

en Inglaterra, el amor que sentía por él no le fue correspondido,<br />

pues Raymond vacilaba entre Perdita y la corona.<br />

Mientras se hallaba en aquella indecisión ella abandonó Inglaterra.<br />

En Atenas recibió la noticia de su boda, y sus esperanzas, capullos<br />

de flor mal regados, se marchitaron y cayeron. La gloria de<br />

la vida se esfumó para ella. <strong>El</strong> halo rosado del amor, que había teñido<br />

con sus tonos todos los objetos, desapareció. Se conformaba<br />

con tomarse la vida tal como se le presentaba, con sacar el mejor<br />

partido de una realidad pintada de gris. Se casó y, trasladando<br />

a otros escenarios la infatigable energía de su carácter, concentró<br />

sus pensamientos en la ambición de lograr el título de princesa de<br />

Valaquia, así como la autoridad que de él emanaba. Satisfacía sus<br />

sentimientos patrióticos pensando en el bien que podría hacer a<br />

su país cuando su esposo gobernara el principado. Pero la experiencia<br />

le demostró que sus ambiciones eran una ilusión tan vana<br />

como el amor. Sus intrigas con Rusia para la consecución de su<br />

meta excitaron los celos del gobierno otomano, así como la animosidad<br />

del griego. Ambos la consideraron culpable de traición,<br />

a lo que siguió la ruina de su esposo. Evitaron la muerte sólo porque<br />

huyeron a tiempo, y ella cayó de las alturas de sus deseos a la<br />

penuria en Inglaterra. Gran parte de ese relato se lo ocultó a Raymond.<br />

Tampoco le confesó que la repulsa y la negación, como las<br />

que se arrojan sobre un criminal acusado del peor de los delitos,<br />

el de traer la hoz del despotismo extranjero para erradicar las<br />

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