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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 316<br />

Mary Shelley<br />

guiente, y así nos olvidamos de que Malcolm y Macduff eran meros<br />

seres humanos, inspirados por unas pasiones tan simples<br />

como las que latían en nuestros pechos. Con todo, gradualmente<br />

fuimos recobrando el interés real de la escena. Una sacudida,<br />

como la que se hubiera producido tras una descarga eléctrica recorrió<br />

el teatro cuando Ross exclamó, en réplica a «¿Sigue Escocia<br />

como la dejé?»:<br />

Sí, pobre nación, casi con miedo de reconocerse a sí misma.<br />

No se la puede llamar nuestra madre, sino nuestra tumba,<br />

donde no se ve jamás sonreír sino a quien no sabe nada:<br />

donde los suspiros, gemidos y gritos que desgarran el aire,<br />

surgen sin ser observados:<br />

donde la violenta tristeza parece un humor cualquiera:<br />

el redoble por los muertos, apenas se pregunta por quién es,<br />

y las vidas de los <strong>hombre</strong>s buenos se extinguen<br />

antes que las flores que llevan en el sombrero<br />

muriendo sin enfermedad.*<br />

Cada palabra cobraba sentido y tañía como la campana de<br />

nuestra vida efímera. Nadie se atrevía a mirar a los demás y todos<br />

manteníamos la vista en el escenario, como si nuestros ojos,<br />

sólo con eso, se volvieran inocuos. <strong>El</strong> <strong>hombre</strong> que interpretaba el<br />

papel de Ross se dio cuenta de pronto del peligroso terreno que<br />

pisaba. Se trataba de un actor mediocre, pero ahora la verdad lo<br />

convertía en excelente. Siguió declamando, anunciando a Macduff<br />

la muerte de su familia, y mientras lo hacía sentía temor, y<br />

temblaba al pensar que fuera el público, y no su compañero de<br />

escena, quien estallara en llanto. Pronunciaba cada palabra con<br />

dificultad; una angustia verdadera se pintaba en sus gestos y un<br />

horror repentino inundaba sus ojos, que mantenía clavados en el<br />

suelo. Aquella muestra de terror hacía que el nuestro aumentara,<br />

y con él ahogábamos el grito, alargando mucho el cuello, modificando<br />

nuestra expresión cuando él lo hacía, hasta que al fin Mac-<br />

* Macbeth, acto IV, escena III, William Shakespeare. (N. del T.)<br />

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