12.05.2013 Views

018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 470<br />

Mary Shelley<br />

nal. Un entusiasmo emocionado semejante a la felicidad se abrió<br />

paso, como un rayo de sol inesperado, en nuestra vida sombría.<br />

Atributo único de la humanidad abatida por las desgracias, capaz<br />

de recrear emociones extáticas incluso ante las miserias y las privaciones<br />

que, despiadadas, arrasan toda esperanza.<br />

Aquella noche estuvo marcada por otro suceso. Al pasar por<br />

Ferney, camino de Ginebra, desde la iglesia rural que se alzaba<br />

rodeada de árboles y casas deshabitadas nos llegó el sonido casi<br />

olvidado de una música. <strong>El</strong> lamento de un órgano, con sus tonos<br />

profundos, despertaba el aire mudo y reverberaba largo tiempo<br />

en él, fundiéndose con la intensa belleza que revestía los montes,<br />

bosques y aguas circundantes.<br />

La música –lengua de los inmortales, se nos revelaba como<br />

testimonio de su existencia–; la música, «llave plateada de la<br />

fuente de las lágrimas»,* hija del amor, bálsamo de la pena, inspiradora<br />

de heroísmo y pensamientos radiantes… ¡Oh, música,<br />

en nuestra desolación te habíamos olvidado! Por las noches no<br />

nos alegraban las flautas, las armonías de las voces ni los acordes<br />

emotivos de las cuerdas. Pero entonces llegaste a nosotros, lo<br />

mismo que cuando se revelan otras formas del ser. Y así como la<br />

belleza natural nos había embargado, llevándonos a imaginar<br />

que contemplábamos la morada de los espíritus, ahora podíamos<br />

imaginar que oíamos sus melodiosas conversaciones. Nos detuvimos,<br />

paralizados por el mismo temor reverencial que podría haberse<br />

apoderado de una pálida sacerdotisa que visitara algún<br />

templo sagrado en plena noche y contemplara la imagen animada<br />

y sonriente del objeto de su veneración. Nos manteníamos en<br />

silencio y muchos se arrodillaron. Sin embargo, transcurridos<br />

unos minutos, unos acordes conocidos nos devolvieron a un<br />

asombro más humano. La música que sonaba era «La creación»,<br />

de Haydn, y a pesar de que la humanidad ya se había vuelto vieja<br />

y arrugada, el mundo, nuevo aún como el primer día de la<br />

creación, podía seguir celebrándose con el mismo himno de alabanza.<br />

Adrian y yo entramos en la iglesia. La nave estaba vacía,<br />

aunque el humo del incienso se elevaba desde el altar y nos de-<br />

* De «To music» («A la música»), de P. B. Shelley. (N. del T.)<br />

470

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!