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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 522<br />

Mary Shelley<br />

seguiría el viaje, como yo, en busca de un compañero de su soledad,<br />

hasta que la barrera del mar detuviera su avance.<br />

Y a ese mar –pues de mis pesares tal vez fuera la cura– me dirigiría.<br />

¡Adiós, Italia! Adiós, ornamento del mundo, Roma sin<br />

par, retiro del solitario durante largos meses. Adiós a la vida civilizada,<br />

al hogar fijo y a la sucesión de días monótonos. A partir<br />

de ahora me arrojo en brazos del peligro y lo saludo como a un<br />

amigo. La muerte se cruzará constantemente en mi camino y yo<br />

saldré a su encuentro y la consideraré mi benefactora. Los percances,<br />

el tiempo inclemente y las tempestades serán mis camaradas.<br />

¡Espíritus de la tormenta, recibidme! ¡Poderes de la destrucción,<br />

abrid bien vuestros brazos y estrechadme para siempre!, si<br />

una fuerza más benévola no ha decretado otro final, para que<br />

tras el prolongado esfuerzo coseche mi recompensa y vuelva a<br />

sentir que mi corazón late junto al de otro ser afín.<br />

<strong>El</strong> Tíber, vía trazada por la mano de la naturaleza, se extendía<br />

a mis pies, y en sus orillas hallaría numerosas barcas. Embarcaría<br />

en una de ellas con algunos libros, provisiones y mi perro, y navegaría<br />

río abajo hasta llegar al mar. Entonces, sin alejarme nunca<br />

de la tierra, bordearía las hermosas costas y los promontorios<br />

soleados del Mediterráneo azul, pasaría por Nápoles y Calabria<br />

y desafiaría los peligros de Escila y Caribdis. Luego, con decisión,<br />

sin miedo (pues, ¿qué podía perder?), surcaría la superficie del mar<br />

en dirección a Malta y las lejanas Cícladas. Evitaría Constantinopla,<br />

la visión de cuyas recordadas torres y ensenadas pertenecía<br />

a un estado de la existencia distinto de mi presente. Bordearía<br />

Asia Menor y Siria y, dejando atrás el Nilo de siete brazos, pondría<br />

rumbo al norte una vez más hasta que, perdiendo de vista la<br />

olvidada Cartago y la desierta Libia, alcanzara los pilares de Hércules.<br />

Y entonces, no importaba dónde, las cuevas húmedas y las<br />

profundidades silenciosas serían tal vez mi morada antes de proseguir<br />

mi postergado viaje o de que la flecha de la enfermedad<br />

encontrara mi corazón mientras yo flotaba en el Mediterráneo<br />

revuelto; o, en algún lugar al que arribara encontrase lo que busco,<br />

un compañero. Si no es así, hasta el fin de los tiempos, decrépito<br />

y canoso –la juventud ya enterrada junto la tumba de los seres<br />

que amé–, el solitario errante seguirá izando velas, agarrando<br />

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