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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> <strong>28</strong>1<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

lles que conducían a él mostraban un aspecto más siniestro aún,<br />

más desolado. A mi llegada encontré atestada la antecámara de<br />

Adrian: era la hora de la audiencia. Como no era mi intención interrumpir<br />

sus tareas, me dispuse a esperar observando las entradas<br />

y salidas de los demandantes pertenecientes a las clases<br />

medias y bajas de la sociedad, cuyos medios de subsistencia habían<br />

desaparecido con la interrupción del comercio y el cese de la<br />

actividad financiera que, en todas sus variantes, eran características<br />

de nuestro país. Quienes llegaban mostraban angustia, y en<br />

ocasiones terror, en sus rostros, sentimientos que contrastaban<br />

con el semblante resignado e incluso satisfecho de los que acababan<br />

de ser recibidos en audiencia. En sus movimientos ágiles y<br />

sus gestos alegres veía la indudable influencia de mi amigo. Dieron<br />

las dos, hora a partir de la cual no se admitían más entradas.<br />

Los que se habían quedado a las puertas del edificio dieron media<br />

vuelta, cabizbajos y tristes, mientras yo entraba en la cámara<br />

de audiencias.<br />

Me sorprendió constatar una notable mejora en la salud de<br />

Adrian. Ya no caminaba encorvado, como una planta de primavera<br />

regada en exceso que, creciendo más allá de sus fuerzas, no<br />

resiste el peso de su flor. Le brillaban los ojos y miraba con gesto<br />

contenido. Todo su ser parecía revestido de un aire de energía y<br />

determinación que difería en todo de su languidez anterior. Estaba<br />

sentado a la mesa junto a varios secretarios que organizaban<br />

las peticiones o registraban las notas que habían tomado durante<br />

la audiencia. En la sala todavía quedaban dos o tres solicitantes.<br />

Yo no podía sino admirar su justicia y su paciencia. A quienes tenían<br />

la posibilidad de vivir fuera de Londres, él les aconsejaba<br />

que partieran de inmediato y les facilitaba los medios para hacerlo.<br />

A otros, cuyos negocios resultaban beneficiosos para la<br />

ciudad o que no contaban con otro lugar de refugio, los instruía<br />

en el mejor modo de evitar la epidemia: liberando la carga de familias<br />

muy numerosas, llenando los huecos dejados en otras por<br />

la muerte. <strong>El</strong> orden, el consuelo e incluso la salud proliferaban<br />

bajo su influencia, se diría que surgidos como por arte de magia.<br />

–Me alegro de que hayas venido –me dijo cuando nos quedamos<br />

a solas–. Dispongo sólo de unos pocos minutos, y tengo tan-<br />

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