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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 158<br />

Mary Shelley<br />

Raymond llegó poco después. No se sumó, como de costumbre,<br />

a nuestro espíritu festivo, y trabó conversación con Adrian y<br />

conmigo; gradualmente fuimos separándonos de nuestras compañeras.<br />

Finalmente, sólo Idris y Perdita se quedaron con los niños.<br />

Raymond nos habló de sus nuevos edificios, de su plan para<br />

mejorar la educación de los pobres. Como de costumbre, Adrian<br />

y yo empezamos a discutir, y el tiempo fue transcurriendo sin que<br />

nos diéramos cuenta.<br />

Volvimos a reunirnos por la tarde. Perdita insistió en que tocáramos<br />

algo de música. Dijo que quería ofrecernos una muestra de<br />

sus nuevos talentos, pues desde que vivía en Londres se había aplicado<br />

en su estudio, y cantaba, no con gran potencia, pero sí con<br />

dulzura. No nos permitió que seleccionáramos para ella melodías<br />

que no fueran alegres. De modo que recurrimos a todas las óperas<br />

de Mozart, de las que escogimos las arias más divertidas. Entre<br />

muchos otros atributos, la música de Mozart posee, más que ninguna<br />

otra, la apariencia de nacer del corazón; accedes a las pasiones<br />

que él expresa y te transporta hasta el dolor, la dicha, la ira o<br />

la confusión, de acuerdo con lo que él, maestro de nuestra alma,<br />

decida inspirarnos. Por un tiempo el espíritu de la hilaridad se<br />

mantuvo en lo más alto. Pero al fin Perdita se retiró del piano,<br />

pues Raymond se había sumado al trío de «Taci ingiusto core», de<br />

Don Giovanni, cuya condescendiente súplica él suavizó hasta hacerla<br />

tierna, y llenó su corazón de los recuerdos de un pasado que<br />

ya no existía. Era la misma voz, el mismo tono, los mismos sonidos<br />

y palabras que tantas veces, antes, él le había dedicado como<br />

homenaje de amor por ella. Pero ya no era así. Y la armonía del<br />

sonido, en discordancia con lo que expresaba, la llenó de pesar y<br />

desesperación. Poco después, Idris, que tocaba el arpa, atacó la<br />

apasionada y triste aria de Fígaro «Porgi, amor, qualche ristoro»,<br />

en que la condesa, abandonada, lamenta el cambio del infiel Almaviva.<br />

En ella se expresa un alma tierna, doliente, y la dulce voz<br />

de Idris, sostenida sobre los acordes sentimentales de su instrumento,<br />

añadía emoción a las palabras. Durante la súplica con que,<br />

llena de patetismo, ésta concluye, un sollozo ahogado nos hizo<br />

volver la vista hacia Perdita. Los <strong>último</strong>s compases la hicieron volver<br />

en sí, y abandonó a toda prisa la sala.<br />

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