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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 179<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

mental que veía surgir de ella, lo que me incitaba a lograr que<br />

Perdita se aventurara por el mismo camino. Empecé con mano ligera<br />

y sutil fascinación, excitando primero su curiosidad y luego<br />

satisfaciéndola de manera que, además de hacerle olvidar sus penas<br />

dándole una ocupación, llegara a encontrar en las horas siguientes<br />

un revulsivo de bondad y tolerancia.<br />

Aunque no orientada hacia los libros, la actividad intelectual<br />

había formado siempre parte de la naturaleza de mi hermana. Se<br />

había manifestado de manera temprana en su vida, conduciéndola<br />

a la reflexión solitaria en sus montañas natales, lo que a su vez<br />

la había llevado a formarse incontables combinaciones a partir<br />

de los objetos cotidianos, y había conferido fuerza a sus percepciones<br />

y rapidez a su juicio. <strong>El</strong> amor llegó, como la vara de un<br />

profeta, y acabó con todos sus defectos menores. <strong>El</strong> amor duplicó<br />

todas sus excelencias y tocó su genio con una diadema. ¿Iba<br />

entonces a dejar de amar? Sería tan difícil apartar a Perdita del<br />

amor como extraer los colores y los perfumes de las rosas, como<br />

convertir en hiel y veneno el dulce alimento de la leche materna.<br />

Lloraba la pérdida de Raymond con una congoja que exiliaba<br />

toda sonrisa de sus labios y surcaba su hermosa frente con arrugas<br />

de tristeza. Y sin embargo el paso de los días parecía alterar<br />

la naturaleza de su sufrimiento, y las horas transcurridas la obligaban<br />

a alterar (si así puede decirse) el vestido de luto que cubría<br />

su alma. Durante un tiempo la música pareció saciar el apetito<br />

de su mente y las ideas melancólicas se renovaban con cada nuevo<br />

acorde, se alteraban con cada cambio de ritmo. La formación<br />

intelectual que le propuse la acercó a los libros, y si la música había<br />

sido alimento de su pena, las obras de los sabios se convirtieron<br />

en su medicina.<br />

<strong>El</strong> aprendizaje de nuevas lenguas resultaba una ocupación demasiado<br />

tediosa para quien refería toda expresión a su universo<br />

interior y no leía, como hacen muchos, meramente para pasar el<br />

rato, sino que seguía interrogándose a sí misma y al autor, modelando<br />

cada idea de mil modos, deseosa de descubrir una verdad<br />

en cada frase. <strong>El</strong>la perseguía mejorar su comprensión. Y así, de<br />

manera automática, bajo aquella beneficiosa disciplina, su corazón<br />

y sus disposiciones se suavizaron y se dulcificaron. Con el<br />

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