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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 197<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

de pinturas. Otorgaba el lugar justo a cada personaje de un grupo,<br />

el equilibrio justo a cada sentimiento. Esa corriente subterránea<br />

de pensamiento solía calmarme en momentos de zozobra o<br />

agonía. Confería idealismo a algo que, tomado en su verdad más<br />

despojada, hubiera repugnado al alma. Dotaba de colores pictóricos<br />

la tristeza y la enfermedad, lo que con frecuencia me aliviaba<br />

de la desesperación en momentos de pérdida. Aquella facultad,<br />

o instinto, volvió a despertar en mí. Observaba la renacida<br />

devoción de mi hermana, la admiración tímida pero indudable<br />

que Clara sentía por su padre, el hambre de reconocimiento de<br />

Raymond, la importancia que para él tenían las demostraciones<br />

de afecto de los atenienses. Así, observando con atención los hechos<br />

de aquel capítulo del libro, no me sorprendió demasiado el<br />

relato que leí al volver la página.<br />

<strong>El</strong> ejército turco se encontraba en ese momento asediando Rodosto.<br />

Y los griegos, apresurándose en sus preparativos y enviando<br />

refuerzos todos los días, estaban a punto de obligar al enemigo<br />

a entrar en batalla. Todo el mundo consideraba la lucha<br />

inminente como un episodio decisivo en gran medida, pues en<br />

caso de victoria, el paso siguiente sería el asedio griego de Constantinopla.<br />

Raymond, algo más repuesto, se dispuso a retomar su<br />

mando en el ejército.<br />

Perdita no se opuso a su decisión y se limitó a estipular que le<br />

permitiera acompañarlo. No se había marcado ninguna pauta de<br />

conducta para sí misma, pero ni aun queriendo hubiera podido<br />

oponerse al más banal de sus deseos ni hacer otra cosa que aceptar<br />

de buen grado todos sus planes. Una palabra, en realidad, la<br />

hubiera alarmado más que las batallas y los sitios, pues confiaba<br />

en que, durante éstos, la destreza de Raymond lo libraría de todo<br />

peligro. Y aquella palabra, que por entonces para ella no era más<br />

que eso, era «peste». Ese enemigo de la raza humana había empezado,<br />

a principios de junio, a alzar su cabeza de serpiente en las<br />

orillas del Nilo y había afectado ya a zonas de Asia por lo general<br />

libres de semejante mal. La plaga alcanzó Constantinopla,<br />

pero como la ciudad recibía todos los años la misma visita, se<br />

prestó poca atención a los relatos que afirmaban que allí ya habían<br />

muerto más personas de las que normalmente eran presa de<br />

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