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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 466<br />

Mary Shelley<br />

personas, tan ajenos a nuestra situación presente como las disputas<br />

de Temístocles y Arístides o la Guerra de las Rosas en nuestra<br />

tierra natal. La corona de Inglaterra había ceñido su frente. La<br />

memoria de mi padre y sus desgracias, las luchas vanas del difunto<br />

rey, imágenes de Raymond, Evadne y Perdita en el esplendor<br />

de la vida regresaban con viveza a nuestra mente. La entregamos<br />

a la tumba, recelosos. Y cuando me apartaba del sepulcro,<br />

Jano veló su rostro retrospectivo, pues había perdido la facultad<br />

de ver las generaciones futuras.<br />

Tras permanecer una semana en Dijon, treinta más de los<br />

nuestros desertaron de las menguadas filas de la vida. Los demás<br />

proseguimos viaje hacia Ginebra. A mediodía del segundo día llegamos<br />

a los pies del Jura. Nos detuvimos a la espera de que remitiera<br />

el calor. Allí cincuenta seres humanos, cincuenta, los únicos<br />

que habían sobrevivido en una tierra rebosante de alimentos,<br />

se congregaron y vieron en los rostros de los demás las señales de<br />

la peste, o del cansancio de la tristeza o de la desesperación, o,<br />

peor aún, de la indiferencia ante los males presentes o futuros.<br />

Allí nos reunimos, a los pies de aquellos poderosos montes, bajo<br />

un gran nogal. Un arroyo cantarín refrescaba el prado con sus<br />

aguas y las cigarras cantaban entre los tomillos. Aguardamos<br />

muy juntos, infelices sufridores. Una madre acunaba con brazos<br />

débiles a su pequeño, el <strong>último</strong> de muchos, cuyos ojos vidriosos<br />

estaban a punto de cerrarse para siempre. Allí una mujer hermosa,<br />

que antes resplandecía con lustre juvenil, conscientemente<br />

ahora se ajaba y se abandonaba, arrodillándose para abanicar<br />

con movimientos vacilantes al amado, que se esforzaba por dibujar<br />

una sonrisa agradecida en sus gestos desfigurados por la enfermedad.<br />

Allí, un veterano de rasgos curtidos, tras prepararse la<br />

comida, tomó asiento y al punto su barbilla descendió hasta tocarle<br />

el pecho, y soltó el cuchillo inútil. Sus miembros se relajaron<br />

del todo mientras el recuerdo de su esposa e hijo, de sus familiares<br />

más queridos, todos difuntos, pasaba por su mente. También<br />

allí sentado se encontraba un <strong>hombre</strong> que durante cuarenta años<br />

había retozado al sol apacible de la fortuna. Sostenía la mano de<br />

su última esperanza, su amada hija, que acababa de alcanzar la<br />

pubertad. La observaba con ojos angustiados mientras ella trata-<br />

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