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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 487<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

vez así fuera; de noche nos asombrábamos de que hubiera transcurrido<br />

otra jornada, aunque las horas nos parecían interminables.<br />

No distinguíamos los días de las noches. Apenas dormíamos<br />

y ni siquiera abandonábamos su cuarto, excepto cuando un arrebato<br />

de llanto se apoderaba de nosotros y nos ausentábamos durante<br />

un tiempo breve para ocultar nuestros sollozos y nuestras<br />

lágrimas. Tratábamos en vano de apartar a Clara de tan deplorable<br />

escena. <strong>El</strong>la permanecía horas y horas observándolo, ahuecándole<br />

a veces la almohada, y mientras el pequeño mantuvo la<br />

facultad de tragar, administrándole bebidas. Al fin llegó el momento<br />

de su muerte: la sangre detuvo su curso, el niño abrió los<br />

ojos y volvió a cerrarlos. Sin convulsiones ni suspiros, su frágil<br />

morada quedó libre del espíritu que la habitaba.<br />

He oído decir que la visión de los muertos confirma a los materialistas<br />

en sus creencias. A mí me sucedía lo contrario. ¿Era ése<br />

mi hijo, ese ser inmóvil, corruptible, inanimado? Mi hijo adoraba<br />

mis caricias, su voz encantadora revestía sus pensamientos<br />

con sonidos articulados de otro modo inaccesibles; su sonrisa era<br />

un rayo de alma y esa misma alma ocupaba el trono de sus ojos.<br />

Ya concluyo mi descripción fallida de lo que era. ¡Toma, tierra, tu<br />

deuda! Voluntariamente y por siempre te entrego el envoltorio<br />

que reclamas. Pero tú, dulce niño, hijo querido y bondadoso, irás<br />

–irá tu espíritu– en pos de una casa mejor, o, venerado en mi corazón,<br />

vivirás mientras mi corazón viva.<br />

Depositamos sus restos bajo un ciprés, custodiados por la<br />

montaña. Y entonces Clara nos dijo:<br />

–Si deseáis que viva, llevadme lejos de aquí. Hay algo en este<br />

paisaje de belleza trascendente, en estos árboles, colinas y aguas,<br />

que me susurra siempre: «abandona la carga de tu carne y únete<br />

a nosotros». Os ruego encarecidamente que me saquéis de aquí.<br />

Así, el 15 de agosto dijimos adiós a nuestra villa, al vergel sombreado<br />

donde habitaba la belleza, a la bahía serena y a la cascada<br />

parlanchina. Nos despedimos de la tumba del pequeño Evelyn y a<br />

continuación, con el alma encogida, proseguimos nuestra peregrinación<br />

hacia Roma.<br />

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