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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 85<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

mi amado y tal vez agonizante amigo, se conmovió al momento<br />

con la visión de aquellos rayos distantes: sin duda eran un buen<br />

presagio, y como tal los contemplaba; buenos presagios para<br />

Adrian, de cuya vida dependía mi felicidad.<br />

¡Pobre compañero mío! Tendido en el lecho de su enfermedad,<br />

las mejillas encendidas por el rubor de la fiebre, los ojos entrecerrados,<br />

la respiración inconstante y difícil. Y sin embargo se<br />

me hizo menos difícil verlo así que hallarlo satisfaciendo ininterrumpidamente<br />

las funciones animales, con la mente enferma.<br />

Me instalé junto a su cama y ya no lo abandoné ni de día ni de<br />

noche. Tarea amarga la de contemplar como su espíritu se debatía<br />

entre la vida y la muerte; sentir sus mejillas ardientes y saber<br />

que el fuego que las abrasaba con fiereza era el mismo que consumía<br />

su fuerza vital; oír los lamentos de su voz, que tal vez no<br />

volviera a articular palabras de amor y sabiduría; ser testigo de<br />

los movimientos inútiles de sus miembros, que tal vez pronto acabaran<br />

envueltos en su mortaja. Y así, durante tres días y tres noches<br />

fue consumiéndome la fatiga que el destino había puesto en<br />

mi camino, y de tanto sufrir y tanto observar mi aspecto empeoró,<br />

y yo mismo parecía un espectro. Al fin, transcurrido ese tiempo,<br />

Adrian entreabrió los ojos y miró como si volviera a la vida.<br />

Pálido y muy débil, la inminente convalecencia suavizaba la rigidez<br />

de sus facciones. Supo quién era yo. ¡Qué copa rebosante de<br />

dichosa agonía fue contemplar su rostro iluminado por aquel<br />

destello de reconocimiento, sentir que se aferraba a mi mano,<br />

ahora más febril que la suya, oír que pronunciaba mi nombre! En<br />

él no quedaba ni rastro de locura para teñir de pesar mi alegría.<br />

Esa misma tarde llegaron su madre y su hermana. La condesa<br />

de Windsor era por naturaleza una mujer llena de sentimientos y<br />

energía, pero a lo largo de su vida apenas había permitido que las<br />

emociones concentradas de su corazón asomaran a su rostro. La<br />

estudiada inmovilidad de su semblante, sus maneras lentas e inmutables,<br />

su voz suave pero poco melodiosa, eran una máscara<br />

que ocultaba sus pasiones desbocadas y la impaciencia de su carácter.<br />

No se parecía en nada a sus dos hijos. Sus ojos negros y<br />

centelleantes, iluminados por el orgullo, diferían en todo de los<br />

de Adrian e Idris, que eran azules, de expresión franca y benévo-<br />

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