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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 246<br />

Mary Shelley<br />

los árboles, de las hermosas vestimentas de la tierra, del boato sublime<br />

de los cielos. Renunciemos a la «vida», para poder vivir.<br />

Idris se mostró más que de acuerdo con mi decisión. Su vivacidad<br />

innata no precisaba de emociones imprevistas, y su corazón<br />

plácido reposaba satisfecho en mi amor, en el bienestar de sus hijos<br />

y en la belleza natural circundante. Su orgullo y su ambición intachable<br />

consistían en provocar sonrisas a su alrededor y en dar reposo<br />

a la existencia frágil de su hermano. A pesar de sus tiernos<br />

cuidados, la salud de Adrian declinaba perceptiblemente. Los paseos<br />

a pie o a caballo, ocupaciones comunes de la vida, le fatigaban<br />

en extremo. No sentía dolor, pero parecía hallarse siempre tembloroso,<br />

al borde de la aniquilación. Sin embargo, como llevaba meses<br />

viviendo en tal estado, no nos inspiraba un temor inmediato, aunque<br />

él hablara de la muerte como de un hecho del todo familiar en<br />

sus pensamientos. No dejaba de esforzarse por hacer felices a los<br />

demás ni por cultivar sus asombrosas capacidades mentales.<br />

Así transcurrió el invierno, y la primavera, impulsada por los<br />

meses, insufló vida a la naturaleza toda. <strong>El</strong> bosque se vistió de<br />

verde. Las jóvenes terneras pastaban la hierba nueva; las sombras<br />

de unas nubes ligeras, llevadas por el viento, recorrían veloces los<br />

verdes campos de maíz. <strong>El</strong> cuclillo repetía su monótono canto; el<br />

ruiseñor, ave del amor y compañero de la estrella vespertina, inundaba<br />

los bosques con sus trinos, mientras Venus se demoraba<br />

en el cálido ocaso y el verdor recién estrenado de los árboles se<br />

destacaba sobre el claro horizonte.<br />

La dicha despertaba en todos los corazones, la dicha y la exultación,<br />

pues la paz reinaba en todo el mundo. <strong>El</strong> templo de Jano<br />

Universal mantenía cerrados los portones* y ningún <strong>hombre</strong> murió<br />

ese año a manos de otro <strong>hombre</strong>.<br />

–Si esto dura otros doce meses –dijo Adrian–, la tierra se convertirá<br />

en un paraíso. Los esfuerzos del <strong>hombre</strong> se concentraban<br />

antes en la destrucción de su propia especie. Ahora persigue su liberación<br />

y preservación. <strong>El</strong> <strong>hombre</strong> no es capaz de estarse quieto,<br />

* En tiempos de guerra, las puertas del templo de Jano, en Roma, se mantenían<br />

abiertas para que el dios se sumara a la batalla, y en tiempos de paz se cerraban.<br />

(N. del T.)<br />

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