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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 82<br />

Mary Shelley<br />

flejo, sino para recrearse con delicia en la visión de su amado junto<br />

a ella, unidos por primera vez en hermosa conjunción.<br />

Me alejé de ellos. Si el rapto de una unión confirmada les pertenecía<br />

a los dos, yo disfrutaba de una esperanza restaurada. Pensaba<br />

en los torreones regios de Windsor: «Altos son los muros y<br />

fuertes las barreras que me separan de mi Estrella de Belleza. Pero<br />

no impasibles. <strong>El</strong>la no será de él. Mora unos años más en tu jardín<br />

nativo, dulce flor, hasta que yo, con el tiempo y el esfuerzo,<br />

adquiera el derecho de reunirme contigo. ¡No desesperes ni me<br />

hundas a mí en la desesperación! ¿Qué debo hacer? En primer lugar,<br />

ir en busca de Adrian y lograr que se reúna con ella. La paciencia,<br />

la dulzura y un afecto constante lo sacarán de su locura,<br />

si es cierto que la sufre, tal como afirma Raymond. Y si su confinamiento<br />

es injusto, la energía y el valor lo rescatarán.»<br />

Una vez los enamorados acudieron a mi encuentro, cenamos<br />

juntos en el salón. En verdad se trató de una cena de cuento de<br />

hadas, pues aunque en el aire flotaban los perfumes del vino y las<br />

frutas, ninguno de nosotros probó bocado ni bebió, e incluso la<br />

belleza de la noche pasó inadvertida. Su éxtasis no podían aumentarlo<br />

objetos externos, y yo me veía envuelto en mis ensoñaciones.<br />

Hacia la medianoche, Raymond y yo nos despedimos de<br />

mi hermana para regresar a la ciudad. Él era todo alegría. De sus<br />

labios brotaban fragmentos de canciones, y todos los pensamientos<br />

de su mente, todos los objetos que nos rodeaban, brillaban<br />

bajo el sol de su dicha. A mí me acusó de melancólico, malhumorado<br />

y envidioso.<br />

–En absoluto –le respondí–, aunque confieso que mis pensamientos<br />

no me resultan tan gratos como a ti los tuyos. Me prometiste<br />

facilitar mi visita a Adrian. Ahora te insto a cumplir con<br />

tu promesa. No puedo demorarme aquí. Ansío aliviar, tal vez curar,<br />

la dolencia de mi primer y mejor amigo. Debo partir de inmediato<br />

para Dunkeld.<br />

–Tú, ave nocturna –replicó Raymond–, qué eclipse arrojas sobre<br />

mis alegres pensamientos que me obliga a recordar esa ruina<br />

melancólica que se alza en medio de la desolación mental, más<br />

irreparable que un fragmento de columna labrada que yace sobre<br />

un campo, cubierta por la hierba. ¿Sueñas con curarlo? Dédalo<br />

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