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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 3<strong>13</strong><br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

ciendo acopio de valor, cruzó el umbral. La casera la interceptó<br />

en la entrada. La pobre criatura le preguntó:<br />

–¿Está aquí mi esposo? ¿Puedo ver a George?<br />

–Verlo, sí –respondió la casera–, si va adonde se encuentra.<br />

Ayer noche se lo llevaron. Tiene la peste y lo trasladaron al hospital.<br />

Aquella pobre desgraciada se apoyó en la pared y dejó escapar<br />

un grito amortiguado.<br />

–¿Tan cruel es usted para haberlo enviado ahí?<br />

La otra mujer se alejó, pero una tabernera, más compasiva, le<br />

explicó con detalle lo sucedido, que no era mucho: a su esposo,<br />

enfermo y tras una noche de jolgorio, sus amigos lo habían llevado<br />

al hospital de Saint Bartholomew. Yo presencié toda la escena,<br />

pues había en aquella pobre mujer una dulzura que me cautivaba.<br />

La vi salir del local y caminar tambaleante por Holborn Hill.<br />

Pero al poco le fallaron las fuerzas y hundió la cabeza en el pecho,<br />

palideciendo aún más. Me acerqué a ella y le ofrecí mis servicios.<br />

<strong>El</strong>la apenas alzó la vista.<br />

–No puede ayudarme –me dijo–. Debo ir al hospital. Eso si no<br />

muero antes de llegar.<br />

Todavía quedaban en las calles de la ciudad algunos coches de<br />

punto esperando clientes, más por costumbre que por expectativa<br />

de negocio. De modo que la subí a uno de ellos y la acompañé<br />

hasta el hospital para asegurarme de que llegaba sana y salva. <strong>El</strong><br />

trayecto era corto y ella habló poco, más allá de pronunciar algunas<br />

expresiones soterradas de reproche al <strong>hombre</strong> que la había<br />

abandonado y a algunos de sus amigos, así como sus esperanzas<br />

de hallarlo con vida. Había una sinceridad sencilla y natural en<br />

ella que me llevaba a interesarme por su suerte, un interés que creció<br />

cuando aseguró que su esposo era la mejor persona del mundo,<br />

o que lo había sido hasta que la falta de trabajo, en aquellos<br />

tiempos difíciles, lo había empujado frecuentar malas compañías.<br />

–No soportaba volver a casa –dijo– y ver que nuestros hijos<br />

morían. Los <strong>hombre</strong>s carecen de la paciencia de las madres con<br />

los que son de su misma sangre.<br />

Llegamos a Saint Bartholomew y entramos en el edificio de<br />

aquella casa de enfermedad. La pobre criatura se apretó contra<br />

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