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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 378<br />

Mary Shelley<br />

na y el viento ululante. <strong>El</strong> miedo desbocado dio alas a sus pies y<br />

siguió avanzando en mi busca, sin saber adónde iba. Concentrando<br />

en la velocidad todos sus pensamientos, toda su energía, todo<br />

su ser, corría en una dirección equivocada, sin sentir, ni temer, ni<br />

detenerse. Corría y corría, hasta que las fuerzas la abandonaron<br />

tan repentinamente que no le dio tiempo a salvarse. Las piernas<br />

le fallaron y cayó de bruces en el suelo.<br />

Permaneció aturdida unos instantes, pero al cabo se puso en<br />

pie y, aunque dolorida, siguió caminando, derramando un torrente<br />

de lágrimas, tropezando a veces, caminando sin rumbo,<br />

pronunciando mi nombre con un hilo de voz de vez en cuando, y<br />

declarando, entre desgarradoras exclamaciones, que yo era un<br />

ser cruel y malvado. No se hallaba otro ser humano en las inmediaciones<br />

que pudiera responderle, y lo inclemente de la noche<br />

había llevado a los animales errantes a las guaridas que habían<br />

usurpado. La lluvia había empapado su fino vestido y el pelo<br />

mojado se le aferraba a la nuca. Siguió vagando por las calles oscuras<br />

hasta que, golpeándose el pie con algún obstáculo invisible,<br />

volvió a caer al suelo. En esa ocasión no pudo levantarse. Lo intentó<br />

con todas sus fuerzas, pero, alzando los brazos, se rindió a<br />

la furia de los elementos y al dolor punzante de su propio corazón.<br />

Susurró una plegaria para morir rápidamente, pues ya sólo<br />

en la muerte hallaría alivio. Y abandonando toda esperanza de<br />

salvarse, dejó de lamentarse por la muerte de su hijo y lloró<br />

amargamente al pensar en el dolor que me causaría su pérdida.<br />

Mientras yacía casi sin vida en el suelo, sintió una mano tibia<br />

y suave en la frente, y una voz femenina y dulce le preguntó con<br />

gran ternura si no podía ponerse en pie. Que otro ser humano,<br />

solidario y amable, existiera y se encontrara a su lado, la animó.<br />

Incorporándose a medias, entrelazó las manos y se echó a llorar de<br />

nuevo. Rogó a su salvadora que fuera en mi busca y me pidiera<br />

que acudiera deprisa al auxilio de nuestro hijo agonizante. ¡Y que<br />

lo salvara, por el amor del cielo, que lo salvara!<br />

La mujer la ayudó a incorporarse y la llevó a guarecerse bajo<br />

un techo. Trató de convencerla para que regresara a casa, alegando<br />

que tal vez yo ya me encontrara allí. Idris cedió fácilmente<br />

a sus persuasiones y, apoyándose en el brazo de su amiga, se es-<br />

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