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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 270<br />

Mary Shelley<br />

garon a abrir los ojos; cada vez más aprisa, más rostros desencajados<br />

se congregaban a mi alrededor y exhibían todas las variedades<br />

del pesar, rostros conocidos que alternaban con otros distorsionados,<br />

producto de la fantasía. Con palidez cenicienta,<br />

Raymond y Perdita se hallaban sentados, alejados del resto, observándolo<br />

todo con una sonrisa triste. <strong>El</strong> semblante de Adrian<br />

pasaba entonces ante mí fugazmente, teñido de muerte. Idris, con<br />

los párpados lánguidamente cerrados, los labios lívidos, avanzaba,<br />

a punto de meterse en la ancha tumba. La confusión crecía.<br />

Las expresiones de tristeza se convertían en gestos de burla: movían<br />

la cabeza asintiendo al ritmo de la música, que subía de<br />

tono hasta resultar ensordecedora.<br />

Creí ser presa de la locura y, adelantándome para librarme de<br />

ella, me uní a la multitud. Idris se fijó en mí y vino a mi encuentro<br />

con paso leve. La estreché entre mis brazos sintiendo, al hacerlo,<br />

que en ellos sostenía lo que para mí era el mundo entero,<br />

pero que a la vez resultaba tan frágil como la gota de agua que el<br />

sol del mediodía ha de beberse en la copa de un nenúfar. A mi pesar<br />

sentí los ojos arrasados en lágrimas. La alegre bienvenida de<br />

mis hijos, el dulce saludo de Clara, el apretón de manos de<br />

Adrian... Todo se aliaba para desencajarme. Los sentía cerca, los<br />

sentía a salvo, y a la vez pensaba que todo aquello era un engaño:<br />

la tierra se movía bajo mis pies, los árboles se balanceaban a pesar<br />

de tener las raíces profundamente ancladas en el suelo. Me<br />

sentía tan mareado que me tendí sobre la hierba.<br />

Mis seres queridos se alarmaron hasta tal punto que no me<br />

atreví a pronunciar la palabra «peste» que me asomaba ya a la<br />

punta de la lengua, por temor a que pensaran que mis síntomas<br />

se debían a ella y que mi desfallecimiento lo causaba la infección.<br />

Me había recuperado algo, y con forzada hilaridad había devuelto<br />

las sonrisas a mi reducido círculo, cuando vi que Ryland se<br />

aproximaba a mí.<br />

<strong>El</strong> nuevo Protector tenía en su complexión algo de granjero,<br />

de <strong>hombre</strong> cuyos músculos y físico se hubieran desarrollado bajo<br />

la influencia del ejercicio físico vigoroso y la exposición a los elementos.<br />

Y hasta cierto punto así era, pues aunque propietario de<br />

una gran finca, en tanto que proyectista y persona de naturaleza<br />

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