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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 368<br />

Mary Shelley<br />

debe de ser un presagio de nuestro éxito. ¡Venid a despediros de<br />

los muertos! ¡Decid adiós a las tumbas de aquéllos a quienes<br />

amasteis! ¡Adiós al gigantesco Londres, al manso Támesis, a los<br />

ríos y montañas de las bellas regiones, cuna de sabios y bondadosos,<br />

al bosque de Windsor y a su castillo antiguo! Ya no son<br />

sino temas para relatos, y nosotros debemos trasladarnos a otro<br />

lugar.<br />

Aquellos eran los argumentos de Adrian, pronunciados con<br />

gran entusiasmo y rapidez irrebatible. En su corazón se alojaba<br />

algo más, algo que no se atrevía a pronunciar. Sentía que había<br />

llegado el fin del mundo. Sabía que iríamos desapareciendo uno<br />

por uno hasta disolvernos en la nada. No era recomendable<br />

aguardar la llegada de esa extinción en nuestro país natal. <strong>El</strong> viaje<br />

nos proporcionaría un motivo diario que apartaría nuestros<br />

pensamientos del inminente fin de las cosas. Si nos trasladábamos<br />

a Italia, a la Roma eterna y sagrada, tal vez nos sometiéramos<br />

con más resignación al mismo decreto que había arrasado<br />

sus poderosas torres. Tal vez nos libráramos de nuestra pena<br />

egoísta ante la contemplación de su desolación sublime. Todo<br />

aquello se ocultaba en la mente de Adrian. Pero pensaba en mis<br />

hijos, y en lugar de compartir conmigo aquellas fuentes de su<br />

desasosiego, decidió describirme la imagen de salud y vida que<br />

hallaríamos al llegar no sabía dónde, ni cuándo. Y si nunca la encontrábamos,<br />

nunca dejaríamos de buscarla. No le costó ganarme<br />

en cuerpo y alma para su causa.<br />

Me correspondió a mí comunicar nuestro plan a Idris. Las<br />

imágenes de bienestar y esperanza que esbocé para ella pintaron<br />

en su rostro una sonrisa y dio su consentimiento. Aceptaba alejarse<br />

del país del que jamás se había ausentado, del lugar donde<br />

había vivido desde su más tierna infancia, del bosque de altos árboles,<br />

de los senderos y los claros en los que había jugado de niña<br />

y en los que tan feliz había sido en su juventud. Todo lo dejaría<br />

atrás sin lamentarse, pues esperaba, con ello, preservar la vida de<br />

sus hijos, que eran su vida. A ellos los amaba más que a esa tierra<br />

consagrada al amor, más que a todo lo que la tierra contenía. Los<br />

pequeños supieron de nuestro traslado y lo recibieron con gran<br />

alegría. Clara preguntó si viajaríamos a Atenas.<br />

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