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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 322<br />

Mary Shelley<br />

to las puertas y las ventanas de su casa, negándose a comunicarse<br />

con nadie. Salía de noche a conseguir alimento y regresaba a<br />

casa, satisfecha por no haberse cruzado con nadie que pudiera<br />

haberle contagiado la enfermedad. A medida que la desolación se<br />

apoderaba de la tierra, aumentaban sus dificultades para garantizarse<br />

el sustento. Al principio, y hasta que murió, su hijo, que vivía<br />

cerca, la ayudaba dejándole algunos productos en su camino.<br />

Pero aun amenazada por el hambre, su temor a la epidemia era<br />

enorme, y su mayor preocupación seguía siendo mantenerse alejada<br />

de otras personas. Su debilidad aumentaba día a día, y al<br />

mismo tiempo, día a día debía trasladarse a mayor distancia para<br />

encontrar alimentos. La noche anterior había llegado a Datchet y,<br />

merodeando, había encontrado abierta y sola la panadería del lugar.<br />

Cargada con su botín, las prisas por regresar la llevaron a<br />

perderse. Era una noche cálida, nublada, nada ventosa. La carga<br />

que transportaba le resultaba demasiado pesada y, una tras otra,<br />

fue deshaciéndose de las barras de pan con la idea de seguir avanzando,<br />

aunque su paso lento se convirtió en cojera y su debilidad,<br />

al cabo, le impidió seguir caminando.<br />

Se tendió en un maizal y se quedó dormida. A medianoche la<br />

despertó un ruido de algo que se movía junto a ella. Se habría incorporado,<br />

sobresaltada, si sus miembros agarrotados se lo hubieran<br />

permitido. Entonces oyó un lamento grave emitido junto a<br />

su oreja, y los chasquidos se hicieron más audibles. Oyó que una<br />

voz acallada susurraba: «¡Agua, agua!», y lo repetía varias veces.<br />

Después, un suspiro brotó de lo más hondo de aquel ser sufriente.<br />

La anciana se estremeció y con gran esfuerzo logró sentarse.<br />

Pero le castañeteaban los dientes, le temblaban las piernas. Cerca,<br />

muy cerca de ella, había tendida una persona medio desnuda,<br />

apenas distinguible en la penumbra, una persona que volvió a<br />

emitir un gemido y a pedir agua. Los movimientos de la anciana<br />

atrajeron al fin la atención de su acompañante desconocido, que<br />

le agarró la mano con inusitada fuerza.<br />

–Al fin has venido –fueron las palabras que brotaron de aquellos<br />

labios, aunque el esfuerzo que hubo de hacer para pronunciarlas<br />

las convirtió en las últimas del moribundo. Los miembros<br />

se distendieron, el cuerpo se echó hacia atrás y un gemido leve,<br />

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